Mi Cuento Fantástico 2020
En un año totalmente atípico, marcado por una pandemia que obligó a cerrar todas las escuelas, miles de niños en Costa Rica permanecieron dentro de sus hogares pero echaron a volar su imaginación para crear historias que expresan sus ideas, sueños, temores, alegrías y tristezas, e, incluso, sus vivencias en torno a la emergencia mundial por la Covid-19.
Esta antología reúne ocho de esas historias, que resultaron ganadoras del Concurso Nacional Mi Cuento Fantástico 2020. Por primera vez desde 2012, el reglamento del certamen se modificó para que los estudiantes pudieran participar desde sus hogares, en el marco de la estrategia “Aprendo en casa” impulsada por el Ministerio de Educación Pública (MEP).
En esta edición especial se recibieron 1250 cuentos escritos por alumnos de 385 escuelas, gracias al apoyo extraordinario de padres de familia, asesores de Español, directores, docentes y bibliotecólogos que guiaron a los estudiantes en el proceso de escritura creativa mediante el trabajo a distancia.
El jurado eligió 12 ganadores nacionales y 27 regionales, uno por cada dirección regional. Aquí se publican los cuentos que obtuvieron primero y segundo lugar a escala nacional en cada grado, de tercero a sexto de primaria.
La versión digital del libro está disponible en el sitio web del concurso www.micuentofantastico.cr. Esta incluye un cuento adicional relacionado con la pandemia por Covid-19, que recibió mención honorífica, como una manera de reconocer el valor histórico de tantos niños que aprovecharon el poder de la escritura para crear historias fantásticas en medio de la adversidad.
Ariana y el Reino Arbolado
Autora: Amanda Rodríguez Montero
Escuela: María Inmaculada
Docente: Maureen Hidalgo
Dirección regional: Alajuela
Érase una vez una niña llamada Ariana que vivía con su mamá,Ana, en un pequeño pueblo en las orillas del lago Lucio, en unpaís muy lejano. Eran una familia humilde y se mantenían delo que Ana ganaba haciendo costuras. La niña soñaba conir a la universidad y convertirse en una exitosa profesora dematemática, ya que esta materia se le daba muy bien, ¡era lamejor de su clase! Sin embargo, sabía que ese era solo un sueñolejano debido a que no tenían dinero para pagarla.
Ari, como le decía su madre, caminaba todos los días a la escuela por el bosque y de paso contemplaba el hermoso lago Lucio. Con sus aguas cristalinas y celestes, era todo un espectáculo. Ella siempre se preguntaba qué habría al otro lado del lago.
Un día de tantos, cuando regresaba de la escuela, vio un barco anclado a la orilla del lago. Era grande, alto y de color blanco. Decidió acercarse un poco para verlo más de cerca y, cuando se percató, ya estaba dentro viendo todo a su alrededor. Lo que no se imaginaba Ariana es que, apenas ella subiera ambos pies, el bote comenzaría a navegar lago adentro, ¡era un barco mágico!
La niña estaba asustada, pero a la vez emocionada, al ver que el barco iba hacia el otro lado del lago.
Cuando llegaron a la orilla, cuál fue su sorpresa al ver que la estaban esperando el rey y la reina de ese pueblo y su madre, Ana.
- ¡Bienvenida Ariana!-, exclamó exaltado el rey.
- Te hemos estado esperando con ansias -dijo la reina-, permíteme presentarme: soy la reina Mariana y él es mi esposo, el rey José. Este es nuestro pueblo, el Reino Arbolado.
La niña no entendía qué estaba sucediendo, ni por qué estaba allí.
El rey José comenzó a explicarle que su hija, la princesa Paula, había sido secuestrada por un malvado brujo, quien solo la devolvería si una niña era capaz de descifrar un acertijo matemático que él mismo había elaborado.
- ¡Pero solo soy una niña de 8 años! ¿Cómo podría yo ayudarlos?-, dijo Ari.
- Lo eres, pero tu inteligencia no tiene límites -dijo el rey-. Hemos buscado por todos los países del reino y tu talento es magnífico, nos sentiríamos muy honrados si quisieras ayudarnos.
Ari lo pensó por un segundo y preguntó: -¿Mami estás de acuerdo?
- Amor, haz lo que te dicte tu corazón-, le respondió su madre.
-¡Está bien, los ayudaré!-, afirmó.
Ariana y su mamá fueron llevadas por el rey y la reina al castillo. Era algo así como se imaginan en los cuentos de hadas, grande, majestuoso, color azul. Tenía un lago con cisnes de colores, grandes arbustos con formas de animales y una enorme puerta café.
La niña se sentía llena de emociones, le encantaba ayudar, pero
¿qué tal si no lograba descifrar el acertijo? No quería decepcionar al
rey y a la reina, mucho menos a su mamá.
Al entrar, el rey entregó a la niña el acertijo: 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, ____
José lo leyó en voz alta, “Uno, dos, tres, cinco, ocho, trece, veintiuno,
los números debes descifrar y el espacio faltante debes adivinar”.
Ariana lo miró detenidamente y, en tan solo un par de segundos, la
respuesta vino a su mente.
-¡Treinta y cuatro!-, gritó la niña con emoción.
De inmediato mandaron a traer al mago y Ari le explicó su
respuesta: -El número faltante es la suma de los dos números
anteriores.
El mago asintió con la cabeza. De pronto el palacio se iluminó y
apareció Paula, la princesa del Reino Arbolado, quien se unió en un
abrazo con sus papás.
El rey y la reina estaban tan felices y agradecidos con Ariana que
le ofrecieron oro, joyas y caballos, pero ella no quiso nada. Era una
niña noble de corazón y su mayor satisfacción era poder ayudar.
Al regresar a su casa, se sorprendió al ver sobre la mesa un sobre.
El rey le había otorgado una beca para estudiar en la mejor
universidad del país y, así, ella sería capaz de cumplir su sueño de
convertirse en profesora.
Ari estaba tan feliz que se esforzó como nunca para completar
la escuela y el colegio y cumplir su anhelado sueño de estudiar
matemáticas. Ella y su mamá vivieron felices para siempre.
Sin quererlo, Ari enseñó una gran lección al rey José aquel día: el
corazón se llena cuando ayudamos de manera desinteresada a los
demás.
Un pececito valiente
Autor: Nicolás Santiago Sandí Calderón
Escuela: Juan XXIII
Docente: Sofía Ulloa López
Bibliotecóloga: Noylin Brenes Arce
Dirección regional: San José Oeste
Érase un lugar lejano donde predominaba un extenso
valle, rodeado de torneadas montañas y esbeltos
árboles, anegado por un extenso río de cálidas aguas
y habitado por gran variedad de especies acuáticas. En las
soleadas mañanas, se lograba apreciar cardúmenes de peces
que disfrutaban del espectacular lugar. A las orillas de este río,
un astuto pez de brillante color permanecía al cuido de todos
los demás.
El pececito se mantenía siempre vigilante porque había perdido
a muchos de sus amigos a causa de un niño que con frecuencia
visitaba el lugar, con el simple propósito de tirar la caña de
pescar o lanzar algunas piedras, ocasionando disturbios en el
hogar de las especies que allí habitaban desde hace tiempo
atrás.
El pececito le advertía a sus amigos que la carnada que
el niño lanzaba al río era una trampa para llevarlos muy
lejos de ahí, así que debían tener cuidado y permanecer
con los ojos bien abiertos. Se sentía angustiado de
pensar que un día llegara el niño pescador y él no
estuviera para advertir a los demás sobre el peligro que
corrían, así que tuvo una gran idea que compartió con
los demás.
- ¡Me mantendré esperando que el niño regrese para
lograr avisarles con tiempo y así protegerlos a todos!,
exclamó el astuto pececito.
Todos se sentían más tranquilos desde ese día; sin embargo,
sabían que no debían de bajar la guardia, ya que mantener
seguro el hogar era responsabilidad de todos.
Después de esperar pacientemente durante largos días,
al fin el pececito vio como el niño se acercaba con su caña
y su balde lleno de carnada, que, aunque eran gusanitos
deliciosos, ya el pececito sabía que no debía de probar. El
pequeño pescador se sentó con mucha calma a preparar el
anzuelo y, cuando lo tuvo listo, lo lanzó a la profundidad del
agua. El pececito supo que ese era el momento de avisarles
a los demás sobre el peligro que corrían y puso en marcha la
estrategia ya pensada.
El astuto pececito se dirigió a la caña para morder la
carnada, asegurándose de no quedar enganchado en el
anzuelo. Al sentir el movimiento en el anzuelo, el niño intentó
jalar la cuerda con gran fuerza; sin embargo, no logró sacar
la carnada, por lo que decidió ponerse de pie para intentarlo
nuevamente, con tan mala suerte que cayó y fue a dar al
fondo del río.
Después de un tiempo sumergido en el agua y con algo más
de calma, el pescador logró abrir sus pequeños ojos y, en ese
instante, apareció frente a sus narices un mundo diferente,
aquel que nunca había imaginado.
Intentó quedarse muy quieto para disfrutar de tan
encantador paisaje; a la distancia se apreciaba una pequeña
familia de renacuajos que lo veían invadidos por el miedo,
encontró varios caracoles escondidos entre lirios y grupos de
peces de colores increíbles y distintos tamaños.
El pequeño pescador muy sorprendido estaba por la hermosa
vida dentro del agua, comprendió entonces que debía liberar
al valiente pez con mucha precaución para no causarle daño.
Tan veloz como pudo, salió corriendo hacia su casa.
El pececito, por su lado, se quedó un poco confundido, pero
estaba feliz porque todos se encontraban bien y el niño en
esta ocasión a ningún amigo se llevó.
Como de costumbre, el pececito estaba resguardando el
sitio; en ese momento logró ver al niño de regreso que se
acercaba, así que de nuevo alertó a todos los demás. Estaba
intentando poner en marcha su plan, cuando se detuvo a
mirar que el niño traía una pecera y adentro de ésta se
encontraban todos los pececitos que alguna vez se había
llevado de ese mismo lugar.
El niño se arrodilló junto al río y lentamente fue colocando los
pececitos uno a uno dentro del agua, hasta dejar vacía por
completo la pecera. Ya en el agua todos estaban muy felices
por reencontrarse como una gran familia. El niño aprovechó
para verter al río toda la carnada que llevaba dentro de
la cubeta. Todos festejaron la gran ocasión de estar juntos
nuevamente y disfrutando de un delicioso manjar.
A partir de ese momento, el niño comprendió el valioso tesoro
que debía de cuidar. Dejó de ser pescador para convertirse
en protector de las especies acuáticas. Además, involucró
a sus familiares y amigos en programas de conservación y
protección de esas increíbles especies y de su hogar.
Max, el manatí
Autora: Viviana Arguedas Castro
Escuela: Manuel del Pilar Zumbado González
Docente: Sidey Segura Zumbado
Dirección regional: Heredia
Max, el manatí, vive en las aguas de Barra del Colorado, en la
provincia de Limón. El lugar donde habita tiene árboles que
dan sombra y un río que sirve de medio de transporte y para
refrescarse; de vez en cuando llegan muchos turistas para
conocer la belleza del sitio.
En su hogar, Max tiene tres amigos que se llaman Mario, Monse y
Andrés; ellos también son manatíes. Él siempre salía a jugar con
sus amigos, hasta que un día no pudo salir porque en su escuela de
manatíes les avisaron que empezó una enfermedad a nivel mundial
y la orden era que se quedaran en casa.
Le contaron que esa enfermedad se llamaba Covid-19 y que, para
prevenirla, todos los animales debían usar mascarillas, guantes y
bolsas plásticas.
El uso de mascarillas y guantes era incómodo porque les daba
mucho calor, les causaba comezón y de vez en cuando sentían
que se ahogaban porque el aire que respiraban era caliente. Los
animales no sentían tranquilidad, como antes de la pandemia.
Además, todos estaban tristes porque no podían visitar a sus
familiares ni podían dar abrazos, besos o estrechar las manos entre
ellos. En sus casas tenían momentos en los que no sabían de qué
más jugar, pues ya habían jugado de todo y les hacían falta sus
amigos de la escuela.
En la comunidad de Max, no todos los animales cumplieron las
medidas de prevención contra el Covid-19. Todos los días, el manatí
ministro recordaba lo importante que era ser responsables y seguir
con las medidas indicadas por la seguridad de todos.
Un día, en el mes de junio, Max le comentó a su mamá que había
muchas mascarillas, guantes y bolsas plásticas en el océano. Max le
dijo que era debido al Covid-19.
La mamá le preguntó: - ¿Por qué es debido al Covid-19?
- Porque, en esta pandemia, se ha tenido que usar mascarillas para
evitar el contagio del virus, guantes para atender a los enfermos y
bolsas para depositar desechos contaminados-, respondió Max.
- Pero, ¿qué le hacen esas cosas al pobre océano?-, volvió a
preguntar la mamá, muy asustada.
- Nos hacen daño porque los peces y nosotros lo comemos, creyendo
que es alimento. Eso es plástico y nos carcome nuestro estómago-,
dijo Max.
- ¡Ah ya veo!-, dijo la mamá muy frustrada, e hizo otra pregunta: - Y
el Covid-19 ¿en qué nos afecta?
- Mamá, nos afecta el sistema respiratorio-, respondió él.
- ¡Hijo, entonces es una enfermedad muy grave!-, exclamó su madre.
- Sí mamá, ¡por eso tenemos que cuidarnos mucho! -, concluyó.
Al otro día, Max quiso salir un poco a la orilla. ¡No había nadie! Él
pensó que seguro era por el Covid-19.
Observó que solo había unas personas al lado izquierdo del canal.
Max se preguntó quiénes serían ellos.
Se fijó más y vio que tenían ropa negra como la noche y pantalones
grises como la Luna. Ellos llevaban un montón de cámaras. Max se
dio cuenta enseguida de que eran reporteros y, entonces, les pidió
grabar un pequeño video para las noticias. Los reporteros dijeron
asombrados: “¡claro que sí!”
Empezaron a grabar y Max dijo: “quédense en casa y no utilicen
mascarillas desechables, ¡usen de tela, por favor! ¡Vamos, sé que
podemos cuidarnos y cuidar a nuestro planeta!”.
Al otro día mostraron el video por televisión y todos los animales y
las personas empezaron a ayudar al mundo, a la naturaleza y a la
humanidad. Cuando escucharon el mensaje del manatí, comenzaron
a usar mascarillas de tela y fueron más cuidadosos.
Desde ese entonces, hubo menos contaminación en el hogar de
Max. Ya no había mascarillas, guantes y bolsas plásticas flotando en
el canal. Las personas continuaban usando mascarillas, pero de tela,
para cuidarse del Covid-19 y cuidar a los demás.
En los noticieros se hablaba mucho de lo que había ayudado el
mensaje de Max el manatí, no sólo al medio ambiente sino también
a las personas, para evitar enfermarse.
Max estaba muy agradecido con todos por haberlo escuchado y
exclamó: “¡sabía que sí podíamos!”.
El paraíso
Autora: Lucía Barboza Sánchez
Escuela: Central de Tres Ríos
Docente: Karen Masís Calvo
Bibliotecóloga: María Fernanda Mora Andrade
Dirección regional: Cartago
En los bellos caminos de Puerto Viejo, una joven
afrodescendiente se encontró un oso perezoso muy
lastimado a la orilla de la calle. La joven preocupada
decidió llevarlo en la canasta de su bicicleta a un
parque turístico cercano para osos perezosos, donde
iban a cuidar, alimentar, refugiar y curar al osito.
El oso se llamaba Lío, él pensó que la joven lo llevaría a un
lugar feo en el que le harían daño e iba muerto de miedo.
Cuando llegaron vio un hermoso lugar y quedó fascinado,
estaba deseoso de explorar el parque. Ahí había muchos
perezosos de su edad y pronto se hicieron amigos; uno de
ellos, llamado Kiki, se convirtió en su mejor amigo.
Días después, Lío se había recuperado y salió a jugar con su
mejor amigo.
- ¡Lío, mira lo que encontré!-, dijo Kiki.
- Es una llave-, respondió Lío.
- ¡Sí! Ahí hay una puerta, vamos a abrirla-, propuso Kiki.
Los dos fueron hacia la puerta y la abrieron con la llave.
Se quedaron con la boca abierta al descubrir que había un
paraíso detrás de aquella puerta.
- ¡Kiki, vamos!-, dijo Lío.
Cuando pasaron por la puerta vieron toda clase de
maravillas. Lío y Kiki construyeron una casa en un árbol,
después de construirla sintieron hambre y fueron a buscar
comida.
De pronto Lío vio un árbol gigante y le dijo a Kiki: - ¡Cuidado!
¡PLAS!, sonó. Kiki había chocado con una hoja gigante. Como
es la comida favorita de los dos, empezaron a jalar y a jalar y
¡PUM! sonó la hoja…. se había caído, al igual que los ositos.
Luego fueron a una catarata y se tiraron de las lianas al
agua, al caer nadaron por un rato, ya que son expertos
nadadores y el día estaba muy caluroso.
Al salir del agua hicieron amigos de otras especies, como
mariposas de todos colores y tamaños, ranas de camuflaje,
monos congos, ciempiés, hormigas, tucanes, colibríes y
muchos más. Algunos eran gigantes, otros casi miniaturas,
pero todos especiales.
También pudieron comer muchas frutas extravagantes, como
abíos, guabas, nances, guanábanas, fruta de pan y mangos,
eran las frutas más jugosas y deliciosas que había podido
saborear Lío.
Al paso de las horas llegó un atardecer nunca antes visto
por Lío y Kiki. Después de observarlo se fueron a la casa del
árbol. Cuando llegaron ya era de noche y había aparecido la
luna llena y las estrellas, se quedaron viendo sus divertidas
figuras hasta quedar profundamente dormidos.
Meses después del mejor día en la vida de Lío, llegó la
joven que lo había encontrado para preguntar sobre la
recuperación del oso perezoso. De pronto apareció Lío con
un ramo de hermosas flores del paraíso y se lo dio a la joven,
muy agradecido con ella por haberlo rescatado ya que su
especie está en peligro de extinción.
Un motivo para brillar
Autora: Valeria Bonilla Padilla
Escuela: Central de Tres Ríos
Docente: Nayra Gaspar Calvo
Bibliotecóloga: María Fernanda Mora Andrade
Dirección regional: Cartago
En lo profundo del bosque se esconde un camino que nos guía a una
vieja cabaña de madera, de techos altos y grandes ventanales por
donde sobresalen destellos de luces que iluminan la noche. A lo lejos
se oye un silbido que proviene de las ramas de los árboles. Una fuerte
ráfaga abre y cierra la puerta de la choza, dejando observar dentro
de ella una cantidad innumerable de candelas de diferentes tamaños
y colores, que con su singular luz dan vida y calor al lugar.
Entre todas las velas, había una que empezaba a descubrir su
luz. Entre pequeños parpadeos y destellos su mecha se encendía,
dejándola ver con más claridad todo lo que estaba a su alrededor y
decidida a brillar.
Descubrió que junto a ella se encontraban otras candelas, de diferentes
tamaños, que conversaban y reían sin parar. Al acercarse a ellas para
platicar, les dijo: -Hola, mi nombre es Ela, soy la nueva vela.
Al escuchar las palabras de Ela, el grupo de candelas dejó de platicar
y la observaron de arriba a abajo para comprobar si era cierto lo que
decía -que estaba nueva-.
Una de las velas, más gruesa y desgastada, le respondió: -Se te nota
desde lejos que eres nueva, porque aquí todas ya llevamos el tiempo
encima-.
Las demás candelas soltaron la carcajada al mirarse entre sí,
derritiéndose cada vez más.
- ¿Qué hacen ustedes para pasar el rato?-, les preguntó Ela.
Todas juntas y en coro contestaron: -Nosotras, la mayor parte del
tiempo, pasamos la noche en vela-.
Fue inevitable que Ela parara de reír al escuchar la respuesta de las
candelas. Después de pasar un buen rato con ellas decidió salir a
explorar el lugar, dejando atrás a sus buenas amigas y descubriendo
por donde fuera una gran cantidad de velas diferentes: cirios,
flotadoras, aromáticas, de té y hasta rezadoras, cada una brillaba a su
manera.
Unas eran más platicadoras que otras, pero Ela trataba de conversar
con todas como sus viejas amigas le habían enseñado: a romper el
silencio con una sonrisa. Algunas le dijeron que no podían encender su
luz por culpa del fuerte viento que había ahogado su llama y, por ese
motivo, decidieron ver el mundo con la luz de las demás candelas.
Las que más llamaron la atención de Ela fueron las que intentaron
convencerla de que apagara su luz para que pudiera vivir por más
tiempo, pues su vida sería cada vez más corta si permanecía encendida.
Le explicaron que ellas por miedo a desaparecer no encendían su
llama, porque no querían acabar como el resto de las candelas:
deshechas en el suelo.
Estas palabras quedaron resonando en la mente de Ela, haciéndola
dudar por unos instantes de su propia luz, temerosa de extinguirse
como las demás. Sin embargo, dentro de Ela había algo que la hacía
brillar con más intensidad; sabía que ella había venido a este lugar a
brillar y anhelaba ayudar a otros a hacerlo, por eso intentaría buscar
una solución para las velas que tenían miedo a brillar.
Ela pasó gran parte de su tiempo estudiando y leyendo libros porque
sabía que entre las páginas de estos grandes sabios encontraría una
solución. No se había equivocado, pues ya tenía una idea para lograrlo,
pero necesitaría la ayuda de varias candelas para empezar con su plan.
Así que salió en busca de sus viejas amigas y les platicó lo que le había
sucedido en su recorrido y lo que había descubierto. Escalando una
repisa, les empezó a hablar:
“Queridas amigas, hoy estoy ante ustedes porque necesito de su
colaboración. He encontrado la manera de que nuestro final sea
diferente al que todas conocemos y sabemos que es parte de nuestras
vidas, pero que a muchas provoca temor, limitando su deseo de brillar y
de vivir porque desconocen que podemos dejar una parte de nosotras
para siempre y así ayudar a otras velas.
Como primer paso les pido ayuda para traer un frasco y colocarle
un pabilo. Este recipiente nos servirá para reconstruir un nuevo final,
sin miedo a desaparecer y ser olvidadas. Mi solución es reunirnos
alrededor del recipiente y depositar nuestra esperma dentro de él, pero
es necesario la ayuda de todas las velas para rellenar el vaso; no será
un trabajo fácil convencer a las demás, pero espero que mi ejemplo
y mis palabras puedan demostrarles que este propósito es posible”,
afirmó.
Sus amigas le aplaudieron y admiraban la determinación de Ela.
Convencidas de sus palabras, se marcharon en busca del frasco para
iniciar el plan.
En el camino Ela les comentaba a otras candelas sobre su idea,
tratando de convencerlas para que juntas trabajaran por un mismo
propósito. Unas no le prestaban atención, pero otras, al ver cómo
iban colocando el frasco y armando el pabilo para que permaneciera
derecho, por curiosidad se fueron acercando. Ela aprovechaba para
invitarlas a participar y a ser parte de un legado, para que dejaran una
parte de ellas dentro del frasco reconstruyendo así su final.
Al pasar el tiempo Ela estaba cada vez más desgastada, pero se sentía
cada día más orgullosa de ver que poco a poco se iba llenando el
frasco, que todo el trabajo y esfuerzo en equipo estaban dando vida a
una nueva vela.
Con su última gota de esperma, Ela vio su sueño surgir. Nada se pierde,
solo se transforma.
Un cumpleaños oscuro
Autor: Sebastián Rojas Morales
Escuela: Manuel Francisco Carrillo Saborío
Docente: Estefany Córdoba Rodríguez
Bibliotecóloga: Viviana Vargas Alfaro
Dirección regional: Alajuela
Decía mi abuelo que, cuando muere una persona que
amas, ella nunca te deja… vuelve de alguna manera. Decía
también que las estrellas son seres que han fallecido y otros
los dejan brillar para que nunca los olvidemos.
Un día caminamos hasta el cerro más alto que teníamos cerca
de casa, ahí nos acostamos y miramos juntos el cielo, era un
cielo oscuro con muchas estrellas súper brillantes, demasiado
hermosas.
- Todas estas estrellas son seres que un día se fueron y hoy brillan
desde allá arriba para que los recuerden-, afirmó.
Pasamos un par de horas ahí, mirando el cielo en
silencio. De pronto me miró y me dijo:
- Hijo, cuando yo muera, no quiero
que me olvides. Quiero que vengas
aquí y mires al cielo y me busques; seré la estrella más brillante para ti, brillaré mientras tú
no me olvides. Si un día quieres hablarme, ven aquí, desde arriba
te hablaré, te abrazaré y de nuevo estaré un minuto contigo, este
será nuestro lugar de encuentro cuando estés triste y me extrañes.
- Abuelo, no quiero que te vayas nunca, no me dejes, no quiero
pensar en ese día-, le respondí con miedo y lágrimas en mis ojos.
Me abrazó fuerte y me dijo: - Todos un día nos tendremos que ir de
este mundo, yo un día me iré, aunque no quiera tendré que dejarte,
pero ese día no quiero que estés triste, no llores, recuérdame con
alegría que así es como yo quiero que lo hagas.
Bajamos del cerro, yo un poco triste y con miedo de que mi abuelo
me fuera a dejar pronto. Pasaron los días y aún tenía aquel temor,
pero también recordaba lo que mi abuelo me había dicho.
Un día volvió mi miedo. Mi abuelo enfermó, el doctor dijo que no
estaba nada bien. Lloré, lloré mucho, tenía un miedo que me recorría
todo el cuerpo.
Pasaron los días y mi abuelo no mejoraba. Mi cumpleaños se
acercaba y, la verdad, ya no me alegraba que llegara ese día.
Era un día con lluvia, había tristeza hasta en el viento, y entonces el
doctor nos dijo que mi abuelo pronto nos dejaría, era cuestión de
horas y él se iría para siempre. Tuve miedo de entrar y despedirme
de él, pero entré, él me miró, sonrió y me dijo:
- Hijo, no llores, no tengas miedo, recuerda lo que te dije aquel día
en el cerro-. Me cogió la mano y me hizo prometerle que nunca lo
olvidaría.
- Abuelo jamás podré olvidarte, te amo y te amaré toda la vida-, le
dije llorando.
En ese momento suspiró y se fue para siempre… sentí que la mitad
de mi vida se iba con él.
Lo enterramos cuando se suponía que sería el mejor día de mi vida;
por el contrario, a partir de entonces sería el peor día, el más oscuro.
Era la fecha de mi cumpleaños, pero no había nada que celebrar;
solo había dolor, miedo, rabia y una tristeza enorme.
Pasaron los años y crecí con aquella tristeza que ya era parte de
mi vida. Entonces, un día sentí la necesidad de subir aquel cerro, el
cerro donde un día fui feliz, donde había prometido nunca olvidar,
donde mi abuelo me había dicho que se veía a las personas que uno
amaba y que se habían ido.
Subí, me acosté y miré al cielo mas no pude ver nada porque tenía
rabia, porque no tenía paz, no entendía por qué Dios se llevó a
alguien tan especial para mí.
Me quedé dormido. En mi sueño, mi abuelo me visitó y me dijo: - Hijo,
esto no era lo que yo te pedía, ¿recuerdas lo que te dije que quería
cuando ya no estuviera contigo?
De un brinco me puse de pie, tuve miedo porque sentí a mi abuelo
a mi lado, miré alrededor pero estaba solo. Volví a mirar el cielo y
entonces pude ver la estrella más grande y más brillante… ¡era él, de
verdad era él!
Sonreí porque al fin podía verlo, pude ver que estaba bien, era
feliz, no tenía miedo, estaba tan guapo que no pude contener las
lágrimas. Esa noche hubo una lluvia de estrellas fugaces, eran
demasiado bellas, y mi abuelo me susurró al oído:
- Las hice para ti, para festejar tu cumpleaños, las hice para que
sepas que siempre estaré contigo. Viviré en tu corazón mientras tú
quieras, mientras me recuerdes con amor, mientras llegue el día en
que nos podremos abrazar de nuevo.
Bajé feliz del cerro porque sabía que mi abuelo era feliz, sabía que
cada vez que lo quisiera ver solo tendría que subir… y sí, subí muchas
veces al cerro y vi a mi abuelo muchas veces. Aunque no estaba
físicamente, él vivía en mi corazón y solo bastaba con mirar al cielo
para poder verlo.
Pasaron los años y me hice viejo, pero nunca olvidé a mi abuelo. La
última vez que pude subir al cerro, vi más hermoso a mi abuelo, más
feliz que antes, entonces le dije:
- Abuelo, sé que pronto llegará el día en que por fin estaré contigo,
te podré abrazar y ya nunca más te dejaré. Quiero que el día que
deje este mundo tú estés ahí, esperándome, que estés ahí para no
sentir miedo, eres la primera persona a la que quiero ver.
- No dudes que ahí estaré, más que feliz de recibirte y poder
abrazarte-, me respondió.
Entonces llegó el día en que yo dejaría este mundo. Sentí paz, amor
y, sobre todo, sentí a mi abuelo junto a mí. Sabía que, cuando cerrara
los ojos, sería para ver a mi abuelo, para estar con él, para ser otra
estrella más en el cielo junto a él. Juntos seríamos los mejores, las
más grandes y brillantes estrellas.
La Luna y el mago
Autor: Josué David López Mejía
Escuela: Corazón de Jesús
Docente: Manuel Camacho Pérez
Bibliotecóloga: Annie Elizabeth Guzmán Vásquez
Dirección regional: Liberia
Había una vez cuatro magos guardianes de la Tierra, a quienes
se les había encargado proteger a los seres humanos de virus
y pandemias, de tornados y terremotos, de tsunamis y otras
catástrofes.
Los seres humanos vivían en paz, todos podían salir a hacer sus
compras y regresar tranquilos de sus trabajos. Los niños iban a
la escuela, salían a jugar, eran felices...mientras que los magos
vigilaban y siempre estaban atentos ante cualquier amenaza.
Un día, la Luna pasaba por donde una vieja estrella que agonizaba.
Sabiendo que estas conceden deseos antes de hacerse fugaces, le
pidió que la dejara de vez en cuando bajar a la Tierra en forma de
mujer.
La estrella, casi muriendo y con voz pausada, le advirtió que su
deseo tenía una condición: nunca podría enamorarse, ya que, si se
enamoraba, nunca más podría volverse humana. La Luna asintió y así
quedó hecho su deseo.
La primera vez que lo hizo iba pasando por un lago, se vio reflejada
y deseó bajar. De repente estaba hecha mujer, radiante, llena de luz,
vestida como una princesa con diamantes, perlas y plata.
Caminó poco a poco hasta que dominó el arte de andar; luego, se
vio al espejo del lago, donde notó su gran belleza, se admiró y, dando
gritos, sintió la humanidad correr por sus venas.
Cada noche esperaba que nadie la viera para bajar y se divertía
muchísimo. Miraba el cielo oscuro y las constelaciones. En cada lugar
o paraje hermoso, ella bajaba y se emocionaba cuando observaba las
maravillas del cielo vistas desde la Tierra.
En el solsticio de invierno, cuando el universo les permite a los seres
espirituales reunirse, los magos se fueron a la orilla de la playa. Ahí se
sentaron a ver el atardecer y se embriagaron con néctar de naranja,
quedándose dormidos. Justamente en esa playa, esa noche, la Luna
decidió bajar, sin percatarse de que los magos dormían.
Estaba parada, tocando el agua de las olas que le llegaban a los
pies. Mientras ella disfrutaba la experiencia, uno de los magos, el que
cuidaba a la humanidad de los virus y pandemias, se despertó.
Al verla ahí, radiante y bella, se enamoró al instante. Mientras ella
respiraba profundamente, el mago, la interrumpió con una rosa roja,
diciéndole “hola”.
Ella abrió sus ojos y los clavó en él, fue intenso ese momento y, sin
saber qué decir, sonrió. Poco a poco el mago le sacó conversación y
hablaron toda la noche. En la madrugada, el mago le dijo que debía
irse pero que volvería por la noche a buscarla; se despidieron y cada
uno volvió a su lugar.
Las horas del día se fueron goteadas para el mago, que se había
enamorado. La Luna volvió a bajar cuando llegó la noche, pues
le había gustado la experiencia de hablar con otra persona; sin
embargo, no sabía qué le estaba pasando.
Por la noche se volvieron a reunir y pasaron otra vez toda la noche
hablando y viéndose a los ojos.
A la tercera noche, el mago le pidió un beso. Ella, que solo lo había
visto desde arriba, aceptó, ansiosa de conocer qué sentían tantos
amantes que ella recordaba. Consintió besar al mago y le gustó, sintió
por primera vez que el tiempo se detenía y una ola de mariposas
subió por su estómago…cuando abrió los ojos y se vio en los ojos del
mago, quiso nunca más volver al cielo.
Ella se había enamorado. Al instante, recordó la condición que la vieja
estrella le había indicado y le confesó toda la verdad al mago.
El mago quedó desconsolado, mientras ella desaparecía como
escarcha plateada llevada al cielo, convirtiéndose en una Luna llena
que brilló como nunca antes lo había hecho. El mago no soportó y
abandonó su trabajo, dejando a la Tierra indefensa.
Un ente malvado, al ver la Tierra desprotegida, tomó un pangolín y un
murciélago y, haciendo un potente virus, lo mandó a la China y creó
una gran pandemia que se extendió por todo el mundo...
Desde entonces la vida humana cambió mucho, nadie puede ir a
trabajar, los niños no volvieron a jugar felices en las escuelas y a todos
nos tienen encerrados por miedo a ese virus maligno.
Todos estamos esperando un milagro: el mago que la Luna vuelva con
él y nosotros que aparezca otra vez el mago feliz y, con su magia, nos
traiga la cura a la pandemia.
Dicen que los milagros existen y que las estrellas cumplen deseos.
Cada noche abro la ventana y, cuando pasa una estrella fugaz,
le pido que la Luna y el mago vuelvan a estar juntos, para que él
regrese y salve a la humanidad.... el amor por nuestros seres queridos
triunfará.
Yo no quiero color rosa, yo quiero un arcoíris
Autora: Yhelanny Valeria Espinoza Sandí
Escuela: Las Nubes
Docente: Noemy Sandí Jiménez
Dirección regional: Grande de Térraba
Yhelanny era una niña sana y extrovertida, siempre hacía travesuras
que según su familia eran prohibidas, rompía todos los estereotipos de
la sociedad en cuanto al sexo femenino y sus comportamientos. Era muy
consentida por su familia, siempre la trataban con mucha delicadeza, pero
le tenían ciertas reglas y conductas que debía cumplir por el simple hecho
de ser niña.
A su mamá le encantaba verla muy arregladita, según sus posibilidades
económicas, pues decía que era su princesita.
Tenía dos hermanos mayores que nunca le permitían jugar futbol, ni
ningún juego que se inventaran. Cada vez que ella intentaba jugar
con ellos, estos le decían que no porque las niñas eran lloronas y muy
delicadas. Eso la enojaba mucho y la ponía triste.
Cierto día, Yhelanny andaba realizando un mandado en la pulpería del
barrio y vio un anuncio pegado donde se invitaba a los niños a tomar
clases de boxeo gratis. Eso le llamó mucho la atención, sin embargo, el
pulpero con tono un poco burlón le dijo, “eso es para niños, a las niñas
como tú no les luce meterse en eso, ustedes nacieron para estar en casa y
crecer como lo que son, mujeres”.
A ella no le hizo gracia el comentario, pero se quedó callada y se fue para
su casa con esa ilusión.
De camino a su casa, Yhelanny en su mente iba practicando cómo solicitar
ese permiso a su mamá y de una vez romper con ese tabú, que las niñas
no pueden hacer cosas de hombres. Estaba cansada de comportarse
como las princesas de los cuentos para quedar bien con la sociedad.
A ella le gustaba jugar al aire libre, correr, saltar y a veces andar en
bicicleta, aunque a su madre no le parecía. Por costumbre le recordaba
que las niñas no podían ser como los niños y que, para eso, ella tenía su
casita de muñecas pintada de color rosa.
En los días de escuela Yhelanny se olvidaba de lo coqueta que la
enviaban, aprovechaba para jugar con sus compañeros al fútbol; nunca
jugaba con sus compañeras, prefería actividades que tuvieran esfuerzo
físico.
Lían, su mejor amigo de escuela, le preguntó: - ¿Yhelanny, vas a inscribirte
en las clases de boxeo?
- Sí claro-, respondió ella.
- ¡Qué bien! Así podemos entrenar juntos, solo es llevar la boleta con el
permiso de nuestros padres-, le contestó su amigo.
En ese momento a Yhelanny se le apagó la ilusión, pues sabía que no iba
ser fácil convencer a su mamá.
Sola en su habitación, con lágrimas en sus ojos miraba su cuarto todo
decorado y pintado color rosa. Sentía que no iba a lograr su ilusión de ser
boxeadora, en sus adentros ya no quería saber nada del color rosa, de
listones ni muñecas, pues quería experimentar otras actividades. Fue así
como se armó de valor y se fue a buscar a su mamá.
Al ver a su madre, le contó lo que sentía su corazón, al tener un sueño
que quería hacer realidad. Con mucha firmeza y ternura, terminó
convenciendo a su madre de que la dejara practicar boxeo.
No fue nada fácil, su madre creía que esas cosas no eran para niñas, eran
cosas de hombres. Yhelanny llorando le dijo:
- Mamá, sé que tú me amas, pero te suplico, déjame ser libre, yo no quiero
vivir atada al color rosa y todo lo que simboliza. Yo quiero ser diferente,
tener la oportunidad de vivir una vida llena de color, quiero transformar
el rosa y hacer de él un arcoíris. Poder soltar ataduras y liberarme de
patrones machistas. Las niñas tenemos derecho a decidir, experimentar,
crecer y correr riesgos, forjar nuestra felicidad sin importar lo que dicte
la sociedad. Soy una niña que no teme al fracaso ni al comentario de
la gente, puedo seguir siendo tu princesa, pero también puedo ser tu
boxeadora, la que viste el color rosa, pero también la que tiene derecho a
usar otros colores, eso no me hace menos femenina. Lucharé fuerte para
convertirme en todo un arcoíris y brillar bien alto llena de libertad. ¿Acaso
no te gustaría, mamá?
Su madre la abrazó y le dijo: -Tienes mi aprobación, es tiempo de liberarte
del color rosa.
Al otro día en la escuela le hicieron bullying por su decisión, mas ella,
sin temor alguno en defender su posición, les explicó brevemente que
el boxeo no la hacía menos niña. Al oírla, su maestra la apoyó y ante el
grupo la felicitó por su valentía, como muchas mujeres en la historia de
nuestro país.
Todos comprendieron la transformación del color rosa de la niña
Yhelanny, para darle vida a su ansiado arcoíris en libertad.
Las tinajas de la abuela
Autora: Marilin Díaz Ureña
Escuela: Las Nubes
Docente: Noemy Sandí Jiménez
Dirección regional: Grande de Térraba
Había una vez una niña, llamada Elena, que amaba a su abuelita
con todo el corazón y era feliz cada fin de semana que la visitaba.
La abuela vivía en un pueblito rural, las montañas se observaban
alrededor, era fácil escuchar un yigüirro cantar, ver llegar a la
ventana un colibrí, oír bramar las vacas, correr las diferentes aves
de corral… para Elena era un lugar que tenía magia.
Antes de llegar a la casa se debía pasar por una quebrada, donde
el agua cristalina y fría se volvía tentación para la niña, casi siempre
terminaba dándose un buen chapuzón, pues sabía que luego su
abuelita le preparaba un rico chocolate acompañado de uno de los
deliciosos bocadillos que siempre horneaba, se divertían mucho.
Pero había algo que la emocionaba más y era cuando llegaba la
hora de acompañar a su abuelita a su rinconcito de las mil historias,
así lo bautizó Elena, después que su abuelita en Navidad le regalara
una tinaja llamada “Milagro”. La abuela hacía tinajas de barro,
algunas eran grandes y muy elaboradas, otras pequeñas; lo curioso
es que, cuando iniciaba una, le inventaba una historia y le asignaba
un nombre. A Elena le gustaba escuchar las historias de la abuela,
pues aprendía mucho y también se divertía. Duraban horas y horas
en ese lugar.
En la vida de Elena todo era felicidad, sabía que de lunes a
viernes cumplía con sus deberes escolares y su día más feliz
era los fines de semana, ya que sus padres la dejaban ir
donde su abuelita.
Hasta que una noche en su hogar, vieron en las noticias que
había llegado a nuestro país una enfermedad silenciosa
que era mortal, apareció la pandemia llamada COVID-19
provocando pánico y distanciamiento.
Al día siguiente Elena recibió un mensaje nada alentador
por parte de su maestra: cerrarían la escuela. Para Elena
esto era una catástrofe, significaba no poder ver más a sus
amigos y menos visitar a su abuelita. Elena se puso muy triste,
no soportaba la idea de no poder abrazar a su abuelita.
Lloraba en su cuarto, siempre mencionaba que quería ver
a su abuelita. Elena se enfermó de depresión, no quería
comer, bañarse, ni salir de su cuarto. Sentía que su mundo se
derrumbaba.
Su papá preocupado le contó a su maestra, la cual pidió poder
comunicarse con la niña vía telefónica. Fue una llamada que tuvo un
impacto positivo, la maestra le dijo que había una forma de ver a sus
amigos y poder compartir con ellos, fue así como ella le explicó lo de
la aplicación que usarían para seguir con sus estudios.
Esto alegró mucho a Elena. Pasaron los días y de verdad ella y sus
compañeros se comunicaban.
Cierto día Elena no quiso recibir clases, esto preocupó mucho a su
maestra e inmediatamente contactó a la niña para saber la razón
de su decisión. Ella le confesó que todo estaba bien pero que tenía
días de no saber nada de su abuelita, porque ella vivía arriba en
las montañas, nadie la podía visitar y que tampoco la abuela tenía
celular. La maestra se sintió triste al escuchar a Elena, sin embargo,
le dijo que algo se le iba a ocurrir para saber de la abuelita. Le
prometió que le ayudaría a buscar una solución para que la abuelita
obtuviera un celular.
Fue entonces que a Elena se le ocurrió una gran idea. Recordó que
su abuelita le había regalado para Navidad una tinaja muy bonita
que ella usaba de alcancía y ahí tenía algo de dinero ahorrado de
cuando había vendido unas pulseras a sus compañeros.
- ¿Y si ponemos la tinaja en venta?, le dijo Elena a su maestra
- ¿Está segura de tomar esa decisión?, le preguntó la maestra.
Elena contesto que sí. Enseguida, la maestra le dijo que mejor
la iban a subastar y que utilizarían las redes sociales para
promocionarla y el pago se haría por simpe móvil. A Elena eso la
emocionó mucho y de esta forma dieron marcha a la idea.
La maestra comenzó a promocionar la tinaja, explicando la razón
de la subasta y cómo usarían los fondos obtenidos. Fue así como
encontraron un buen cliente que se interesó por adquirir esa bonita
tinaja, solo pidió como condición que su nombre se mantuviera en
anonimato.
De esta forma se logró vender la tinaja en 100 mil colones y, junto
con el dinero que Elena había ahorrado, se obtuvo lo necesario
para comprar el celular. Elena estaba feliz, ya iba poder llamar a su
abuelita.
La maestra se ofreció llevarle el celular a la abuelita, cumpliendo
con todo el protocolo, y de paso le enseñaría cómo usarlo.
También le llevó una bolsa con alimentos básicos, algunas frutas y
efectivamente le enseñó como usar el móvil.
La abuelita muy emocionada soltó a llorar y la felicidad se completó
cuando escuchó la voz de su nieta Elena, y así fue como ambas
lograron vencer el distanciamiento físico.
La abuelita le dijo: - Maestra, gracias por servir de ángel entre mi
nieta y yo, solo quiero pedirle un gran favor, llévele este paquete a
mi nieta Elena.
- Claro, con mucho gusto -contestó la maestra-, le prometo que su
nieta tendrá en sus manos su encargo.
Así fue como Elena obtuvo un paquete enviado por su abuelita y
lo abrió con mucha emoción. Su gran sorpresa fue ver de nuevo su
tinaja, con un papelito que decía: “Elenita, recuerda que los milagros
existen…” y había tres puntos que dejaban inconclusa la frase.
Todos quedaron asombrados, no entendían lo que había sucedido.
Pero el papá de Elena, al ver a su familia, sacó de su billetera otro
papelito que decía: “cuando hay pureza en el corazón”.
El padre de Elena abrazó a su niña y le dijo que se sentía muy
orgulloso de ver como su hija amaba a su abuelita, y les relató que
aquel cliente misterioso que compró la tinaja fue su jefe, quien se
conmovió con la historia publicada por la maestra y tomó la decisión
de comprarla y así completar una historia de amor.
Elena no podía creer que la tinaja, a la cual su abuelita le había
puesto Milagro, terminara siendo protagonista de una idea
emprendedora para conseguir dinero en tiempos de crisis, ante este
monstruo que nos separa de nuestros seres queridos.
Desde ese día, Elena con ayuda de su maestra promocionan las
tinajas y así ayudan económicamente a la abuela. Y la abuela cada
vez que hace una tinaja nueva llama a su nieta para narrarle la
historia.
El COVID-19 no ha podido matar las pequeñas ideas
emprendedoras ni tampoco el amor.