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Portada Mi Cuento Fantástico 2021

Presentación2021 - X Edición

Iris, la niña de colores

Iris, la niña
de coloresPRIMER LUGAR - tercer grado

El camino de la vida

El camino
de la vidaSEGUNDO LUGAR - tercer grado

Brigada marina al rescate

Brigada marina
al rescateTERCER LUGAR - tercer grado

Los zapatos vacíos

Los zapatos vacíosPRIMER LUGAR - cuarto grado

La familia de Orejitas y Max

La familia de Orejitas y MaxSEGUNDO LUGAR - cuarto grado

Tierra, nuestro planeta

Tierra, nuestro planetaTERCER LUGAR - cuarto grado

El niño que quería ser el mejor tico

El niño que quería ser el mejor ticoPRIMER LUGAR - quinto grado

El niño al otro lado del espejo

El niño al otro lado del espejoSEGUNDO LUGAR - quinto grado

El libro de las historias maravillosas

El libro de las historias maravillosasTERCER LUGAR - quinto grado

Los abrazos perdidos

Los abrazos perdidosPRIMER LUGAR - sexto grado

Sara, la oruga

Sara, la orugaSEGUNDO LUGAR - sexto grado

El Recreo

El RecreoTERCER LUGAR - sexto grado

Mi Cuento Fantástico 2021

Con gran satisfacción presentamos esta décima antología que reúne los cuentos ganadores de primero y segundo lugar en el Concurso Nacional Mi Cuento Fantástico 2021, el cual recibió historias creadas por 1419 estudiantes de 382 escuelas, con la guía de 719 docentes y 171 bibliotecólogos en 26 regiones del país.

Este es un libro especial pues contiene relatos escritos durante la pandemia de COVID-19, lo cual representa un valioso registro de las vivencias, los sentimientos y la visión de los niños en torno a este hecho disruptivo que cambió sus vidas. Los amigos y la familia, principalmente los abuelos, son personajes de gran relevancia en sus historias, aunque muchos participantes también aprovecharon el poder de la escritura para transformar la realidad y crear sus propios mundos.

Así celebramos la primera década del certamen, organizado por la Asociación Amigos del Aprendizaje (ADA) en alianza con el Ministerio de Educación Pública (MEP), la Universidad Estatal a Distancia (UNED), la Asociación Libros para Todos y la Comunidad de Empresas de Comunicación. Desde el año 2012 han participado más de 75.000 estudiantes, gracias al apoyo de nuestros aliados y al trabajo de docentes, bibliotecólogos, directores escolares, directores regionales y asesores que han creído en esta iniciativa para promover un cambio en la enseñanza de la lectura y la escritura, implementando los programas de estudio de Español.

Justo cuando Costa Rica celebra el bicentenario de su independencia, el concurso cumple diez años de empoderar a los niños como autores de su propia historia, capaces de comunicar sus ideas, de imaginar el futuro con esperanza y de aspirar a convertirse en agentes de cambio. De esta forma cumplimos el objetivo de potenciar la capacidad de los niños para expresarse a través de la escritura y motivarlos a leer las narraciones de otros niños alrededor del país.

En el sitio web de Mi Cuento Fantástico (https://micuentofantastico.cr/) se encuentra la versión digital de esta antología, que por primera vez incluye los cuentos ganadores de tercer lugar a escala nacional. Asimismo, a partir de esta edición se publica otro libro digital con los cuentos ganadores a nivel regional, como un nuevo recurso para estimular a los autores y fomentar la lectura con historias “de niños para niños”.

Iris, la niña de colores

Autora: Fabiola Corrales Vargas
Escuela: Juan XXIII
Docente: Ana Laura Quesada Pérez
Bibliotecóloga: Noylin Brenes Arce
Director: Rafael Barrantes Navarro
Dirección regional: San José Oeste

Hace algunos años había un pueblo serio, gris y caluroso, lleno de casas y edificios de color gris. También el cielo era gris la mayor parte del tiempo. Densas nubes de humo flotaban sobre el pueblo, provenientes de las fábricas, de los automóviles y de las quemas de basura que la gente hacía. Todas las personas vestían ropas aburridas en tonos gris, ¡y hasta su piel parecía ser gris!

En aquel pueblo vivía una niña llamada Iris. Tenía 9 años, pero era tan pequeñita que cualquiera podía pensar que apenas contaba con 6. Y aunque era tan pequeña, Iris sobresalía porque era diferente. ¡Ella era de colores!

No tenía la piel de colores, ni el cabello. No. Iris tenía los colores por dentro. A veces, cuando conversaba, parecía que los colores brotaran espontáneamente de su boca.

Su maestra sabía que Iris era especial. Lo había notado desde el día en que la pequeña llegó por primera vez a su aula y se sentó junto a la ventana, típico de los niños soñadores. Y es que a Iris le encantaba soñar despierta… dormida también, pero casi nunca recordaba lo que soñaba cuando dormía. Por eso prefería los sueños que ella misma entretejía junto a la ventana del salón de clase de la maestra Luz.

Cada día, después de clase, Iris volvía a su casa por un camino polvoriento y aburrido, bajo un calor casi insoportable, pero ella iba dando saltitos porque los colores que tenía por dentro la hacían sentirse feliz. Cuando llegaba a su casa, la esperaba una mamá amorosa pero muy ocupada.

La mamá de Iris era costurera y pasaba casi todo el día cosiendo prendas grises que la gente del pueblo le encargaba. No tenía descanso y era muy poco el tiempo que podía dedicarle a su hija, pero era necesario que trabajara tanto, ya que le pagaban muy poco por cada prenda y ella tenía que cubrir todos los gastos.

Debido a esto Iris pasaba la tarde sola, escribiendo sueños en su mente y viendo por la ventana de su habitación aquel aburrido paisaje, donde los únicos sonidos que se oían eran los motores de los carros, el pito del tren y la tos de uno que otro transeúnte que caminaba apresurado frente a su casa. Estas cosas empañaban un poco su felicidad, a veces su interior parecía querer volverse gris, pero una voz en su cabeza le decía: “¡No, tienes que seguir siendo la Iris de colores que todos aman!” Y finalmente encontraba la forma de volver a sentirse feliz.

Una noche, Iris tuvo una idea emocionante. No se atrevió a decirla en voz alta, ni siquiera se la contó a su mamá porque no sabía de qué manera podría hacer realidad ese sueño. Una lágrima rodó por su mejilla porque de pronto sentía que deseaba algo con todas sus fuerzas, pero al mismo tiempo no tenía idea de cómo lograrlo. Quizá lo que necesitaba era una pizca de magia, o una pequeña ayuda de su papá, quien hacía algunos años se había ido a vivir al cielo.

Esa noche Iris se acostó con un fuerte deseo en su corazón, abrazó a su muñeca de trapo, y sus ojos se fueron cerrando hasta caer profundamente dormida.

Diferente a otras ocasiones, esta vez Iris sí pudo recordar lo que soñó: volaba entre las nubes, su vestido largo y tornasol se movía con la brisa, y era fantástico ver su brillo a la luz de la luna. De pronto se vio en un campo de flores de todos los colores. Sentía una felicidad enorme, que se hizo aún más grande cuando escuchó una voz familiar, pero que hacía años no escuchaba... era su papá.

- Iris, hermosa. ¡Estás tan grande!

- ¡Papá, qué alegría!-, dijo Iris con desbordante emoción, y lo abrazó con todas sus fuerzas. Su papá la abrazó también y besó suavemente su cabello.

- Iris, sé que tienes un gran deseo. Yo conozco lo que es y, aunque es algo que puedes lograr por ti misma, te podría llevar años para tenerlo. Así que, viendo lo buena que eres con tu madre, decidí hablar con alguien aquí arriba que estuvo de acuerdo en hacer realidad tu sueño, con la condición de que debes cuidarlo mucho y usarlo para hacer el bien a los demás-, dijo el papá.

- ¡Si papá, lo haré! Puedes estar seguro de ello.

Cerró sus ojos, aspirando profundamente para sentir el olor de su papá, y al abrirlos estaba en su cama, en su habitación iluminada por la luz de la mañana. Antes de que pudiera incorporarse, escuchó la voz de su mamá que la llamaba desde el patio, entre asustada y sorprendida:

- ¡Iriiiiiiis! ¡Ven rápido, corre!-.

En vez de asustarse, Iris sonrió, porque ya sabía de qué se trataba. Su sueño se había cumplido:

ahí, en el centro del patio de su casa, estaba el más hermoso, frondoso y espectacular árbol que se había visto jamás. Su abundante follaje formaba una sombra sobre todo el patio y más allá. El sonido del viento, al pasar por sus hojas, era como un canto maravilloso.

Iris quedó boquiabierta, hasta le costaba respirar de la emoción que sentía. Y es que por todo lado se podían encontrar pequeñas plantas polvorientas, y uno que otro arbusto seco. Pero un árbol… era algo que hacía mucho tiempo nadie veía por los alrededores. Y aunque esa sorpresa fue maravillosa, lo verdaderamente grandioso fue lo que ocurrió con el pasar de los días.

El árbol se llenó de unas diminutas flores color naranja cálido, las cuales desprendían un olor delicioso. Poco a poco esas florecillas se fueron transformando en redondos y exquisitos frutitos amarillos, que caían al suelo formando una curiosa alfombra. Y aquellos frutos obraron un milagro más: en unos cuantos días, el árbol estaba lleno de pájaros de todos colores, que alegraban con su canto a todo el que pasaba por ahí.

La gente tomaba las semillas de los frutos y las sembraban en sus patios; al poco tiempo había cientos de pequeños arbolitos por todo el pueblo. El aire se empezaba a sentir más fresco y limpio, aquella fea nube de humo desapareció para dar paso a un cielo azul resplandeciente.

La mamá de Iris empezó a diseñar nuevas prendas de ropa ¡de colores! Las ventas fueron tan buenas, que pudo contratar a alguien para que le ayudara y por fin tuvo tiempo para compartir con su hija. Juntas leían bellas historias, sentadas a la sombra del árbol.

Todo esto motivó tanto a la maestra Luz y a los demás estudiantes, que no sólo sembraron árboles alrededor de la escuela, sino que emprendieron muchos proyectos para mejorar su ciudad. Entre ellos, el favorito de Iris: recorrieron las calles recolectando recipientes, latas y botellas, las cuales decoraron y convirtieron en preciosos nidos que colgaron de los árboles.

Aquel pueblo dejó de ser serio, gris y caluroso. Ahora era un lugar colorido y lleno de aire puro, con una orquesta de sonidos como sólo la naturaleza sabe producir. Y la pequeña Iris fue la niña más feliz del mundo, pues sabía que su sueño había cambiado para siempre a su amado pueblo.

El camino de la vida

Autora: Jimena Cordero Segura
Escuela: El Rodeo
Dirección regional: Puriscal

Todo comenzó cuando Ema era pequeña. Ella vivía en un hermoso pueblito llamado La Gran Montaña, era un lugar tranquilo, lejos de la ciudad, un poco mágico y rodeado por un río de aguas cristalinas. Cerca del lugar había un bosque con pinos de gran tamaño, que en días ventosos hacían ruidos extraños y algo tenebrosos, tanto para Ema como para las demás personas que vivían ahí.

Era un pueblo con muy pocos habitantes, entre ellos la pequeña familia de Ema, que estaba formada por sus padres y su amada y sabia abuelita. Ema era una niña muy inteligente, con cabellera pelirroja, pecas en sus mejillas y una hermosa sonrisa, siempre andaba de muy buen humor y disfrutaba ayudar a su abuelita en cuanta cosa hacía, incluso acompañarla al bosque a recoger leña para cocinar.

En esas caminatas su abuelita siempre le contaba historias interesantes, con grandes enseñanzas. Al pasar de los años, las caminatas se hacían más y más largas debido a la avanzada edad de la anciana, cuyos pasos eran cada vez más lentos… poco a poco su vida se iba apagando, hasta que llegó el triste día que Ema tanto temía. Por varios días la niña no quiso salir de su cuarto, hasta que una noche, después de mucho llorar en su cama, se durmió y de repente se encontró en medio del bosque, donde una voz muy amada por ella la llamaba. Era su abuela, que insistentemente la motivaba a seguirla.

La niña caminó y se encontró de frente con el río, el cual le habló y le dijo:

-Si quieres cruzar, un acertijo debes averiguar: cuando llueve y sale el sol, lleno el cielo de colores, adivina ¿quién soy?

Una voz en su interior le hizo recordar los hermosos atardeceres después de llover y así pudo contestar correctamente que se trataba de un arcoíris.

Luego de cruzar el río, siguió su camino por en medio del temido bosque y allí nuevamente una voz ronca la paró en seco, diciéndole:

- Somos más de uno, sin llegar a tres, pero llegamos a cuatro cuando me regalas dos.

Ella no lo pensó mucho, pues las matemáticas eran su materia favorita, y fácilmente respondió:

- Es el número dos.

Continuó el sendero, que cada vez se acercaba más a la cima de la montaña, y cuando ya casi llegaba, observó unos pájaros de hermoso plumaje. Las aves lentamente se le fueron acercando y le preguntaron: - ¿Tú podrías decirnos cuál es el significado de una frase?

- Claro que sí-, contestó la niña.

Los animales le comentaron que unos lugareños habían dicho: “Esos pájaros no se han dejado de zangolotear en todo el día”. A Ema se le hizo fácil la respuesta, ya que era una palabra muy común de su abuelita, para referirse a ella cuando no se quedaba quieta o brincaba de un lado para otro. Rápidamente les explicó esto a las aves.

Luego siguió su camino hasta llegar al último tramo, comenzaba a anochecer y el lugar se tornaba tenebroso, rodeado de sonidos espeluznantes. Ema le temía a la oscuridad y, para empeorar el escenario, todo el lugar se envolvió de una densa bruma; sin embargo, ella sentía algo en su corazón que la impulsaba a seguir adelante.

Con valentía continuó su marcha hasta que por fin pudo llegar a la cumbre de la montaña, de donde salía la voz. Ahí por fin vio a su abuela y la abrazó fuertemente, como si en medio de su sueño supiera que era una despedida ya que nunca más la volvería a ver. La anciana dulcemente la sentó en sus regazos y le dijo:

-El camino que te trajo a mí es el camino de la vida. En la primera parte aprendiste que con valentía puedes vencer cualquier obstáculo; en el segundo desafío, te mostré que el estudio es un arma muy valiosa que te puede abrir muchas puertas y llevarte muy lejos. En la tercera parte del camino pudiste ayudar a alguien y recordar que, para alcanzar el éxito, hay que ser solidario con los demás. Por último, en la bruma lograste superar tus miedos y aprender que, aunque la vida a veces se complique y se torne oscura, puedes lograr todo lo que te propongas con disciplina, inteligencia, sabiduría y, lo más importante, con amor, ese mismo amor que te trajo a mí.

Ema nunca más volvió a soñar con su abuelita, pero sabía muy bien cómo debía caminar por el resto de su vida.

Brigada marina al rescate

Autora: Anielka Aguilar Cascante
Escuela: Higuito
Docente: Leana Ulate Castro
Director: Ronald Hernández Hernández
Dirección regional: Desamparados

Había una vez un mar color azul intenso donde muchos peces nadaban con alegría. En sus profundidades se encontraba una gran barrera de coral y ahí se hacían unas fiestas increíbles, donde asistían prácticamente todos los animales marinos.

El pulpo presidía las celebraciones y con sus ocho manos se encargaba de pasar lista, dar la bienvenida, hacer malabares, tocar la batería y evitar las peleas. Las estrellas de mar amenizaban con sus cantos; los poderosos cangrejos, con sus pincitas, preparaban bocadillos, y los corales solo disfrutaban pues eran los agasajados.

En una de estas celebraciones, todo se volvió oscuro y los animales vieron cómo toneladas de basura les estaban cayendo encima, unos morían y otros huían.

Pasados los días, el pulpo, con el corazón deshecho, convocó a una reunión para discutir lo que había sucedido, ya que el daño hecho a los corales era el más grande que sus ojos hubiesen podido ver. A esta reunión llegaron peces payaso, ballenas azules, orcas, peces globo, caballitos de mar, peces cirujano, tiburones martillo, cangrejos, tiburones blancos, anguilas eléctricas y otros.

Pero todos notaron que faltaba Piruetas, el delfín. Era la criatura marina más sabia de todas, pues había adquirido experiencia con sus viajes a lo largo y ancho del océano, conocía las historias del megalodón y su lucha contra las ballenas, había estado en el hundimiento de Titanic, había trabajado como voluntario en un arrecife de coral y conocía el funcionamiento correcto de este. Era todo un aventurero.

Ante tal ausencia la situación se volvió preocupante y todos los animales, encabezados por el triste pulpo, lo fueron a buscar en las profundidades del océano. Así fue como se dieron cuenta de que estaba atrapado en una red que los pescadores habían lanzado.

Todos hicieron un plan para rescatar a su amigo el delfín. Un cardumen de sardinas, de atunes, de salmones y de peces navaja colaboraron, también se les unieron los tiburones y dos ballenas. Mientras los primeros tres cardúmenes halaban la red, los peces navaja se lanzaban como fuegos artificiales y cortaban la red con su zona ventral. Los tiburones rodeaban el barco que mantenía la red y atacaban desde abajo, y las ballenas agitaban sus aletas y sus colas para cambiar la dirección de las corrientes marinas.

Al fin lo lograron, liberaron a Piruetas y pudieron llevarlo a su importante reunión, después de haberle hecho una bella bienvenida.

Estando en esa reunión comenzaron a discutir sobre la situación de los arrecifes de coral y la contaminación del mar.

El sabio delfín levantó sus dos aletas y dijo:

-Amigos, gracias por liberarme. Les cuento que andaba investigando lo que está pasando con los arrecifes de coral. Estuve conversando con unas gaviotas y me cuentan que, en la superficie, los seres humanos están dañando los bosques, contaminan todo con el humo de las fábricas y de sus autos, lo cual daña la capa de ozono. Y a medida que la temperatura aumenta en la superficie, la del mar y el océano también lo hace, es por ello que las algas mueren. Los corales se quedan sin alimento, pierden su color y son más propensos a las enfermedades, y esto poco a poco los lleva a la extinción.

Todos mostraron preocupación. El pez globo, inflando su cuerpo, levantó una aleta y añadió:

- Además, el mar está lleno de basura, recuerden lo que nos pasó aquel trágico día, pronto no habrá espacio para nosotros. Me contaron que Juanita, la tortuga, se enfermó por comer basura; Martín, el león marino, se prensó el hocico en una botella; Miguel, el caballito de mar, se quedó atrapado en una bolsa de papitas. ¿Qué vamos a hacer?

El delfín propuso: -Podemos recoger toda la basura del mar, llevarla a la costa y clasificarla. También les pediremos a los humanos que planten árboles. Les haremos ver que las algas, al igual que los árboles, dan oxígeno, y que los ambientes acuáticos y terrestres deben ser protegidos y respetados. Nos disfrazaremos de humanos y recorreremos la tierra llevando nuestro mensaje a través de organizaciones de rescate.

El caballito de mar balbuceó y preguntó que de dónde sacarían los disfraces. La enorme ballena azul dijo: -Iremos donde el pez brujo, él nos ayudará, recuerden que hace magia.

-¡El que está de acuerdo, levante la aleta!-, dijo Piruetas.

Fue así como todos levantaron las aletas y por votación unánime formaron una brigada para rescatar el mar y los arrecifes de coral. Hoy en día estas criaturas marinas conviven entre nosotros y velan por la protección del océano.

Los zapatos vacíos

Autor: Irwin Martínez Zúñiga
Escuela: Moracia
Docente: Ingrid Guzmán Salas
Bibliotecóloga: Delia Barrantes Rodríguez
Director: Mario Alberto Brenes Villalobos
Dirección regional: Liberia

En un pueblo lejano vivía un niño llamado Jacobo, de cariño le decían Yaco. Era muy educado, amigable y servicial, le gustaba jugar con sus amigos en la plaza y amaba a su familia: mamá, papá, abuela y la hermana mayor.

Cierto día, la mamá le dijo: - Yaco, llama a tu abuela y dile que ya está lista la cena.

Muy obediente, Yaco se dirigió al cuarto de su abuela y tocó la puerta. Al abrirla pudo ver que ella permanecía sentada en su cama y miraba fijamente un par de zapatos que estaban bajo el armario. El niño observó a su abuelita detenidamente y pudo ver que una lágrima corrió por su mejilla.

-¡Abuela!-, dijo Yaco.

Ella reaccionó rápidamente, limpió su cachete y respondió: -Dime, mi niño.

-Ya está lista la cena-, le dijo Yaco, y juntos se dirigieron al comedor.

Esa noche, muy inquieto, Yaco no dejaba de recordar a la abuela viendo los zapatos. En otras ocasiones, ya la había visto haciendo lo mismo.

Al día siguiente, el niño se dirigió al cuarto de la abuela y le preguntó: -Abuela, ¿por qué miras con tanta tristeza ese par de zapatos?-.

Ella soltó un largo suspiro y le dijo: - Ven, acércate…. Mira, mi pequeño, esos zapatos estuvieron llenos de amor, de trabajo, de valentía, pero hoy están vacíos.

Los ojos de la abuela se humedecieron y unas lágrimas rodaron por su arrugada piel. El niño, aún más intrigado, salió de la habitación; no logró comprender lo que su abuela le había querido decir.

Esa tarde, estando en la plaza con su amigo Lucas, le comentó lo que le había sucedido. Yaco se llevó una gran sorpresa cuando Lucas le dijo que su tía también guardaba zapatos vacíos y que muchos en el pueblo los tenían, pero que nadie quería hablar de ese tema.

Yaco quiso obtener respuestas y fue donde su mamá a preguntarle, pero ella le dijo: -Eres muy pequeño para comprender lo que pasa, cuando seas más grande te lo explicaré.

Al día siguiente, de nuevo en la plaza, Lucas le dijo a Yaco: - ¿Sabes? Mi abuelo me cuenta que allá muy lejos, llegando a los límites del pueblo, vive un hombre muy sabio, es uno de los más viejos del pueblo, se llama Florentino, pero todos lo conocen como don Tino. Tal vez él sepa la respuesta de porqué los zapatos vacíos.

A la mañana siguiente, Yaco y Lucas se dirigieron a la casa de don Tino, en busca de una respuesta.

Estando ya en la casa, Yaco tocó la puerta. Esta de pronto comenzó a abrirse y asomó la cabeza un anciano con cabellos blancos como nubes, su rostro reflejaba mucha dulzura.

Con una voz dulce, le dijo: - ¿Qué se te ofrece hijito? ¿Qué hacen por acá tan solos? ¿Acaso sus padres saben que vinieron hasta acá?

- No saben-, contestó Yaco.

- Mmm… ¿Sabes mi niño? La desobediencia es la peor perdición del ser humano -advirtió el anciano-. Y dime, ¿cuál es tu nombre?

- Me llamo Jacobo, pero me dicen Yaco, y él es mi amigo Lucas. Disculpe que vengamos a molestarlo, me contaron que usted es un hombre muy sabio y tengo una pregunta, la cual nadie ha querido responder, y pensé que usted sí lo haría.

El anciano cariñosamente le dijo: - Mira pequeño, en ocasiones es mejor no saber las cosas… pero ven, sentémonos acá y cuéntame.

-Pues verá -dijo Yaco-, he visto cómo mi abuela contempla con tanta tristeza un par de zapatos. Cuando le pregunté, su respuesta fue “estos son unos zapatos vacíos”, pero no comprendo esa respuesta, y también supimos que muchas familias del pueblo tienen zapatos “vacíos”. ¿Usted sabe cuál es la razón?

El anciano miró fijamente a Yaco y le dijo: - Eres un niño muy inteligente y sé que entenderás lo que te voy a contar… Hace un tiempo, cuando tú eras solo un bebé, llegó a este pueblo una gran enfermedad que trajo muerte, angustia y mucho dolor, fue algo muy duro. Las personas comenzaron a enfermarse, era un virus muy contagioso y los doctores hacían todo lo posible para salvar vidas, pero la desobediencia fue lo que más provocó todo el dolor que pasamos.

- ¿La desobediencia? ¿Cómo así? ¡No entiendo!-, dijo Yaco.

- Mira, Yaco, eso era una enfermedad terrible y los médicos recomendaron a todo el pueblo no salir de sus casas, lavarse las manos, mantener la distancia y cuidarnos unos a otros. La gente así lo hizo al inicio, pero, conforme pasó el tiempo, todos comenzaron a salir, hicieron fiestas y turnos, se reunían en la plaza, olvidando las recomendaciones de los médicos. Y fue ahí donde las cosas se pusieron muy mal, el contagio se extendió más y más, las personas enfermaban y morían en gran cantidad, todo se salió de control. Así fue como la muerte y el dolor inundó todo el pueblo, dejando cada vez más zapatos vacíos de nuestros seres queridos.

- Pero, ¿y usted no enfermó?-, interrumpió Yaco.

- ¡Ajá! Eres un niño muy inteligente. No Yaco, yo no enfermé porque, como vivo tan lejos, casi nadie viene a visitarme, y si alguien del pueblo pasaba por acá me saludaba a la distancia, por esa razón yo no enfermé-, explicó el anciano.

Fue ahí donde Yaco y Lucas comprendieron que todos los zapatos vacíos eran de las personas que habían muerto por causa de esa enfermedad.

-¿Saben niños? Todos los habitantes de este pueblo aprendimos una dura lección-, concluyó don Tino.

Yaco en ese momento comprendió el valor de cuidarnos unos a otros. Sorprendido y emocionado, le agradeció al anciano por haberle contestado la pregunta que tanto lo inquietaba.

Muy contento corrió a su casa, se dirigió adonde estaba su abuela y le dijo que ya comprendía el porqué de los zapatos vacíos. La abuela sonrió triste, pero Yaco le dijo que ya no se pusiera así y que él los iba a llenar con mucho amor. Desde ese día, la abuela no volvió a llorar por “los zapatos vacíos”.

La familia de Orejitas y Max

Autora: Eva García Contreras
Escuela: El Llano
Docente: Raquel Castro Bolaños
Directora: Margarita Gutiérrez Acevedo
Bibliotecóloga: Elizabeth Marín Valverde
Dirección regional: San José Central

Max y Orejitas son dos hámsteres que viven en una casita de madera grande y bonita, con un gran tobogán y una ruedita donde todas las mañanas hacen ejercicios. A ellos les gusta comer semillas, sus favoritas son las de girasol y el maní.

Cada semana compran lo necesario para su hogar. Antes acostumbraban ir juntos al supermercado, pero, desde que Orejitas se encuentra “esperando cría”, prefieren que no salga a la calle ni levante cosas pesadas.

Max se encarga de todo para que Orejitas descanse. Él es muy cuidadoso y sigue al pie de la letra la lista que le prepara su esposa; es importante que no olvide nada para que no sea necesario salir a la calle de nuevo y estar juntos en casa.

Las semillas no pueden faltar, porque Orejitas se antoja muy seguido, y el aserrín también debe abundar para mantener la casa calientita en todo momento.

Un día se pusieron a ordenar porque ya se acercaba la llegada de sus hijos. Orejitas dijo: - ¡Max, pusiste demasiado aserrín!

- Es que quiero que nuestros hijos estén cómodos y no pasen frío-, respondió Max, aunque no imaginaba que el momento que tanto esperaban... ¡había llegado!

Esa noche nacieron cinco hermosos bebés, a los que nombraron Atenea, Flash, Dumbo, Lala y Titi, todos sanos y fuertes.

Los pequeños crecieron y llegó el momento de que fueran a la escuela, pero ahora bajo nuevas circunstancias. Un peligroso virus acechaba el mundo y se contagiaba muy fácilmente. Orejitas y Max sentían temor de sacar a sus hijos de la casa, ya que solo había vacunas para adultos y no querían que sus niños se enfermaran.

Entonces acudieron al Centro de Salud, donde vacunaron a los dos padres contra aquel virus y vacunaron a sus hijos contra la influenza. Tomaron el tiempo necesario para repasar los protocolos de prevención con los niños y practicaron mucho en casita sobre cómo cuidarse; también les prepararon un estuche con alcohol en gel, toallitas desinfectantes y mascarillas de repuesto.

Fue así como Max y Orejitas decidieron darles a sus hijos la oportunidad de vivir la experiencia y asistir a la escuela para aprender y compartir con más pequeños como ellos. Ahora eran estudiantes, en modalidad presencial, de Hámster School.

En la escuela les dieron un hermoso recibimiento, sus compañeros eran muy lindos y su maestra aún más. Mantenían la distancia entre ellos, no podían abrazarse, darse la mano ni compartir semillitas en el recreo...todo era un poco extraño, pero eso no impidió que aprendieran y se divirtieran cada día.

Cuando llegaban a casa, después de la escuela, se lavaban sus patitas y se cambiaban la ropa para no llevar virus al hogar. Luego, a disfrutar el delicioso almuerzo que su mamita preparaba.

Su madre no los dejaba correr después del almuerzo porque es peligroso para la digestión, entonces reposaban viendo su serie favorita. Por la tarde realizaban las GTA que su maestra les asignaba y, cuando terminaban, jugaban a tirarse del tobogán, hacían ejercicio en la ruedita y ayudaban a sus padres a seleccionar las mejores semillas.

Un día llegó una nueva vecina. Orejitas se puso su mascarilla y corrió a saludarla, Max la siguió.

- Hola vecina, mi nombre es Orejitas, bienvenida. Y él es mi esposo, Max. ¿Cómo te llamas tú?

- Hola, me llamo Fisgona y soy un cuilo. Él es mi esposo, Tiberios-, respondió.

- Espero que te guste nuestro barrio. Te invito a tomar agüita fresca y a comer unas cuantas semillas. Todo viene llegando del súper, pero ya está desinfectado-, dijo Orejitas.

- ¡Oh gracias! Nosotros acostumbramos comer frutas, verduras y vegetales, pero nos encantaría probar tus semillas.

Orejitas y Max prepararon una deliciosa cena con semillas y agregaron zanahoria, apio y uvas verdes, en honor a sus nuevos vecinos. Sacaron las mesas al patio para cenar en un lugar abierto; fue extraño sentarse tan separados unos de otros, pero, aun así, la pasaron muy bien y se hicieron amigos.

Al día siguiente, Max y Orejitas se prepararon para arreglar de nuevo su hogar. Tenían un gran secreto escondido... Seis hermanitos más llegarían a la casa: Rodolfo, Balú, Clarita, Brianna, Dayana y Junior.

Gracias a Dios sus primeros cinco hijos ya trabajaban y colaboraban trayendo semillas y todo lo necesario para celebrar la llegada de tanto amor a la familia. Como la pandemia se había agravado, no podían recibir visitas, entonces decidieron hacer video llamada con los vecinos para mostrarles a sus recién nacidos.

En el hogar de Fisgona y Tiberios también reinaba la ilusión... ellos eran ahora los felices padres de Alex y Aurora. Orejitas y Max deseaban ir a visitarlos, pero el riesgo por el virus era muy grande, entonces conocieron a los bebés por videos y fotografías que compartieron por WhatsApp.

Tuvieron que pasar unos años para que la pandemia se controlara. Pero si algo es cierto es que Orejitas, Max, Fisgona, Tiberios y todos sus hijos se hicieron grandes amigos para toda la vida, siempre ayudándose en todo, y eso los hace muy felices y capaces de enfrentar cualquier adversidad.

Tierra, nuestro planeta

Autora: Hilany Reyes Pérez
Escuela: Doctor Ferraz
Docente: Doris Alvarez Fallas
Directora: Stacy Matarrita
Bibliotecóloga: Karen Mora Marín
Dirección regional: San José Norte

Esta es la historia de un Universo donde habitaban nueve hermanos planetas, todos eran de diferente tamaño y cada uno tenía un tesoro en su interior. Todos eran bellos pero había uno muy especial, llamado Tierra.

Tierra fue elegida para dar vida, tenía un corazón compuesto de agua frágil, su cuerpo de tierra que a la vez la hacía fuerte, sus sentimientos de aire puro y fuego, su naturaleza era hermosa. Ella siempre le contaba a sus hermanos que dar vida era súper emocionante, le encantaba el propósito para el cual fue creada.

Júpiter, uno de sus hermanos gigantes, le decía: - Yo hubiera hecho un mejor trabajo que tú.

Tierra suspiró y le dijo: -Yo amo mi trabajo, también amo a los seres que viven conmigo.

-Tú siempre tan frágil-, le contestó Júpiter.

- Y tú, lleno de gases y hielo, eres tan frío-, le respondió Tierra.

Sol, el padre de los planetas, era sabio y lleno de luz; la madre, Luna, iluminaba con su paz y aconsejaba a sus hijos, mientras giraban alrededor del papá.

Tierra era acompañada por un amigo llamado Tiempo y también se hizo amiga de una niña llamada Brenda, que pertenecía a la familia de los humanos. Brenda era muy amable con Tierra, la cuidaba, la respetaba… ambas se amaban.

Un día, Tierra se sentía enferma y le dijo a su amiga Brenda que los humanos estaban quemando su cuerpo.

- Están contaminando mi corazón de agua. Sé que no eres tú, pero hay humanos que hacen daño. Si continúan así, ya no podré cuidarlos y cumplir mi propósito-, le dijo.

- ¡Oh, amiga! Haré campañas para que mi familia humana se detenga y no te dañe más. Haré lo que sea por ayudarte-, exclamó Brenda.

Los hermanos de Tierra estaban preocupados por ella y su padre, Sol, no sabía qué hacer para que Tierra no siguiera sintiendo tanto dolor. Los humanos seguían talando sus árboles, quemando basura y contaminando, sin tener conciencia de su comportamiento.

Su amigo Tiempo le dijo: - Amiga, los humanos están dañándote, tenemos que hacer algo para que te cuiden. Le ordenaré al año 2019 que sorprenda a la humanidad, ellos mismos serán parte de esa sorpresa.

Tierra respondió: - ¡Oh no, amigo Tiempo, no! ¡Yo amo a los seres que viven en mí, y entre ellos está mi amiga Brenda!

-Lo siento, amiga Tierra-, contestó el Tiempo.

Entonces Tierra llamó a Brenda con desesperación: - ¡Brendaaaaaaa, amigaaaaaaaaaa!

Brenda acudió a su llamado y le dijo: -Tierra, hay un grupo de humanos que te apoya, pero otros solo se hacen más ricos y quieren más y más, no paran con su ambición.

-Te entiendo, mi amigo el Tiempo ordenó al año 2019 sorprender al mundo. Cuídate, amiga Brenda, presiento que no es nada bueno lo que viene-, le advirtió Tierra. Brenda estaba muy asustada y la abrazó con fuerza.

El Tiempo llamó al año 2019 y le contó lo que planeaba hacer. El 2019 se sorprendió y él también sorprendió al mundo, cuando los humanos contaminaron el aire y crearon un enemigo llamado Coronavirus.

Brenda, muy temerosa, le dijo a la Tierra: - Tu amigo el Tiempo hizo un virus que daña a las personas.

La Tierra le explicó que su corazón los podría sanar, si utilizaban el agua pura que ella guardaba. Debían usar esa agua para lavarse las manos y el cuerpo.

Entonces Brenda corrió y aconsejó a la humanidad, pero no escucharon a la niña.

El Tiempo vio que 2019 se agotaba y le ordenó al año 2020 que viniera con más fuerza. Le dijo: - Sé fuerte con los humanos que dañan el planeta.

El virus se expandió cada vez más y, aunque Brenda hizo campañas, muchas personas eran rebeldes y egoístas. No todos eran desobedientes, había humanos buenos y Tierra quería ayudarlos, pero el virus, más la contaminación, hacían imposible esta tarea.

El virus mató a mucha gente, y Tierra, desesperada, le suplicaba al Tiempo que no hiciera más daño. Cuando Brenda se contagió también, Tierra se alteró y provocó un gran terremoto en la humanidad, pues ella sabía que la niña era buena y frágil.

Tierra lloró y lloró, provocando tormentas y huracanes. Les contó a sus hermanos planetas lo que pasaba y ellos se pusieron tristes; el padre Sol se enojó y se encendió más, provocando un calor extremo en la humanidad… hasta que un día Tierra se enteró de que Brenda murió por causa del Coronavirus.

Tierra gritó de dolor, su gran amiga ya no estaría más para cuidarla; la iba a extrañar muchísimo, ya que llegó a sentir un gran amor por ella. Fue así como Tierra recibió a su amiga Brenda y la abrazó para siempre con su amor de madre.

El 2020 se despidió de Tierra, pero le advirtió que 2021 seguiría dándoles una lección a los humanos, hasta que aprendieran a cuidar su planeta con amor.

Tierra extrañaba enormemente a Brenda, así que tomó la decisión de cuidar a los humanos en el 2021, les dio todo lo necesario para que pudiesen crear vacunas que los ayudaran con su salud para que así pudiesen también cuidar de ella. A pesar de que Brenda ya no estaba, por el descuido de otros, Tierra seguía mandando mensajes a la humanidad.

- Mi propósito es dar vida, aunque ellos me quiten lo que amo, seguiré luchando, seguiré dando aire y tierra fértil por amor a Brenda, mi amiga humana-, afirmó.

Tierra quedó con su corazón roto y lleno de dolor. Cuando sientas que llueve, son sus lágrimas de amor. Así los humanos comenzaron a aprender la lección y a cuidar un poco de Tierra, pues era su planeta el que los mantenía con vida, y también empezaron a cuidar su propia salud.

El niño que quería ser el mejor tico

Autor: José Daniel Retana Miranda
Escuela: Abraham Lincoln
Dirección regional: San José Central

Había una vez un niño, llamado Adán, que vivía en un pueblito muy alejado, en las montañas de Puriscal. Estaba muy preocupado porque él quería ser el mejor tico de Costa Rica. Deseaba que todo el mundo lo conociera, hacer cosas que nadie hubiera hecho antes y ser famoso, pero no sabía cómo lograrlo.

Un día Adán fue a buscar a su abuelo Martín para hablar con él. Quería escuchar el consejo de un mayor y su abuelo lo sabía todo.

-Mirá abuelo, estoy muy preocupado, quiero ser el mejor tico de este país, pero no sé por dónde empezar-, le dijo.

El abuelo se le quedó viendo muy serio, pero, a la vez, había algo mágico en su mirada. Adán pensó que el abuelo parecía un chiquillo malicioso a punto de hacer una travesura.

El abuelo Martín se levantó muy despacito de su mecedora; pasando por la chayotera, cruzó el galerón hasta donde tenía el tallercito de ebanistería, buscó por un buen rato y al final sacó de una caja empolvada algo que parecía un sombrero viejo. Era un chonete típico.

El abuelo Martín se volvió a sentar en la mecedora y le contó a Adán la historia más asombrosa que jamás había escuchado.

El chonete lo había cocido a mano la bisabuela de Adán muchos años atrás, cuando Martín empezó su primer trabajo de recolector de café. Ese chonete tenía, en sus costuras, sudor del esfuerzo de muchos años de ardua labor. Gracias a la honradez, a la humildad y al amor al trabajo, el chonete del abuelo se había convertido en un objeto mágico: con él se podía teletransportar a cualquier lugar, pero solo dentro de Costa Rica.

Adán no lo podía creer, estaba muy emocionado, quería empezar cuanto antes; pero el abuelo Martín, con ojos llenos de amor, le dijo muy claro: -Adán, sos un niño con muchas virtudes y con un espíritu aventurero gigante, nunca te olvidés de dónde sos, la humildad hace grande a las personas.

Con ese consejo, Adán inició su travesía. Nunca antes había salido de su pueblo, no conocía nada más allá de la plaza y jamás le habían permitido llegar hasta la carretera Interamericana, por donde pasaban camiones gigantes. Entonces recordó que su abuelo le dijo que podía usar el chonete solo por cinco horas al día y luego tenía que volver, así nadie se enteraría de su secreto.

Con los nervios al máximo nivel, Adán decidió empezar por Guanacaste. Conoció sus playas, todas hermosas; fue de pueblo en pueblo y sintió el calor de su gente, las personas eran cálidas, alegres y muy trabajadoras, bailó al son de la marimba y comió recetas típicas deliciosas. De esta provincia aprendió que, para ser un buen tico, hay que vivir orgulloso de las costumbres y tradiciones.

De Guanacaste pasó a Cartago, Adán pensó: ¿Cómo, en tan poquita distancia, pasé de tener tanto calor a tanto frío? Se abrigó bien con una suetilla que andaba en el bulto y conoció muchos lugares, vio por primera vez un volcán, nunca se imaginó que podía ser tan bonito; fue testigo de mucha gente trabajadora que cultivaba la tierra, campesinos que madrugan a diario para abastecer de verduras y frutas a todo el país. De esta provincia aprendió que, para ser un buen tico, hay que cumplir con nuestras obligaciones, trabajando fuerte y honestamente para construir un mejor país.

En Heredia anduvo por campos sembrados con muchas flores de todos colores, además de paisajes hermosos, cerros, montañas con cataratas y bosques llenos de plantas y animales. De esta provincia aprendió que, para ser un buen tico, se necesita cuidar del medio ambiente, su flora y fauna para preservar la naturaleza que nos hace ricos en todo el mundo.

Luego llegó a Limón, provincia hermosa con olor a coco, llena de color y contrastes brillantes; su gente alegre bailaba al ritmo del calipso. Adán se sintió como en casa, se trenzó el cabello y comió rice and beans, cajetas y galletas de jengibre a la sombra de las palmas, conoció los monitos de Cahuita y se asustó al pasar por el túnel Zurquí. De esta provincia aprendió que ser un buen tico significa ser respetuoso de la gran diversidad de todos los habitantes del país.

En Alajuela, Adán pudo admirar la preciosa Guaria Morada, “flor de esta tierra bendita”, que adornaba las casas pintorescas. Se sorprendió cuando vio despegar un avión en el aeropuerto, y bajo la estatua de Juan Santamaría se sintió agradecido por su ofrecimiento para liberarnos de las intenciones de los filibusteros. De esta provincia aprendió que hay que conocer la historia que forjó a nuestro país, para sentirse un verdadero tico.

Ya en Puntarenas se fue a conocer nuevas playas, donde pudo avistar ballenas y delfines, ¡no lo podía creer! Llegó hasta el muelle donde había dos cruceros y se comió un “Churchill”. Ayudó a varios pescadores a sacar pianguas del manglar y desde ahí vio la procesión de la Virgen del Mar. De esta provincia aprendió que, para ser buenos ticos, tenemos que ayudarnos unos a otros para construir un mejor mañana.

Por último, retornó a San José. Encontró la capital muy poblada, con muchas actividades comerciales, pero su pueblito todavía estaba lleno de ese ser costarricense, de esa tierra originaria de antes de la conquista española, con raíces auténticas, indígenas, a quienes nos debemos, y que poco a poco se empiezan a desvanecer con la modernidad. Se sintió orgulloso de pertenecer a Costa Rica.

Tico no, pensó: costarricense, con mucho orgullo. Adán entendió que, para ser el mejor costarricense, no hay que ser famoso, reconocido o salir en las noticias; comprendió que con actos pequeños y sublimes, respetando a los suyos, a su entorno, cuidando la naturaleza, ayudando a los demás, trabajando duro y honradamente, es suficiente para ser el mejor ciudadano de este país.

Aprendió que de nada valía ser el mejor si estaba solo. Sabía que, para forjar un mejor país, se necesita que todos los habitantes de esta tierra se comprometan como él a dar lo mejor. Y vos, ¿querés ser el mejor tico?

El niño al otro lado del espejo

Autor: Santiago Araya León
Escuela: Saint Gregory
Docente: María José López Cubillo
Directora: Priscilla Alvarado Lizano
Dirección regional: San José Norte

Había una vez un niño llamado Oliver. Cada día, cuando se levantaba, no lo hacía con buena actitud, solía darle pereza tener que ir a la escuela, generalmente le disgustaban los desayunos que preparaba su mamá y la verdad no le gustaba otra cosa más que los juegos electrónicos.

Cuando se miraba al espejo, se preguntaba una y otra vez si el niño que veía reflejado se sentía igual que él, porque se veían exactamente igual.

Un día se animó y le preguntó: - Oye tú, ¿te crees mejor que yo o piensas lo mismo que yo?

De repente, el niño del otro lado del espejo le respondió con una pregunta: -¿Y tú, te crees mejor que yo?

Eso sobresaltó a Oliver, no sabía si salir corriendo o enfrentarse a aquel niño que se veía igual a él, pero su curiosidad le mataba, así que volvió a preguntarle: - ¿Tú me conoces?

-No estoy seguro, pero ven a mi mundo, y así quizás nos conoceremos los dos-, le respondió.

Con esa respuesta, Oliver se sintió un poco asustado pero se animó a aventurarse. Al poner su mano en el espejo y empezar a ingresar a aquel mundo, que era muy parecido al suyo pero al revés, notó que su cuarto estaba al otro lado, en fin, era su mundo al contrario.

Empezaron a conversar y ese niño del otro lado del espejo tenía una forma extraña de ser. Era muy alegre, estaba feliz por todo, veía colores donde Oliver solo había logrado ver un fondo blanco o negro, y hasta las palabras que utilizaba eran diferentes. Oliver pensaba que jamás había visto a alguien sonreír tanto e incluso podría asegurar que alrededor suyo había una especie de energía.

En ese mundo, aquel niño disfrutaba de todo lo que había para comer, agradecía lo que le servía su mamá -que era igual a la de Oliver- y lo saboreaba tanto que hasta lograba que Oliver se lo comiera con gusto, lo cual lo sorprendió.

El “otro” niño le contó sobre lo que aprendía en la escuela y curiosamente era lo mismo que Oliver estaba aprendiendo, pero lo veía de una forma tan maravillosa que todo le resultaba muy importante e interesante, hasta que Oliver se preguntó si se estaba perdiendo de mucho más de lo que pensaba.

El mundo al otro lado del espejo parecía tan perfecto que empezaba a crear celos en Oliver, pensaba que nunca había sentido tanta felicidad por todo lo que hacían por él, por lo que le enseñaban y por todo lo que tenía. ¡La vida al otro lado del espejo era todo lo que siempre había querido!... bueno, solo le agregaría más horas de videojuegos.

Así que, después de escuchar al niño del otro lado del espejo, Oliver lo invitó a venir a su mundo, para enseñarle lo que realmente era diversión. Lo tomó de la mano y cruzaron al lado del espejo donde vivía Oliver.

Oliver le mostró su colección de videojuegos, las mejores consolas que podría conocer, y se esforzó por enseñarle cuánto se podría divertir de este lado del espejo, dedicándole todo el tiempo a esos juegos. No obstante, notó que al niño del otro lado del espejo no le gustaba mucho lo que veía, así que le preguntó: - ¿Te gustaría más vivir de éste lado del espejo?

Su respuesta fue muy sorpresiva, porque le contestó: - Creo que en mi mundo hay más amor y disfruto más el tiempo con mi familia, me gusta lo que aprendo en la escuela porque me ayuda a comprender todo lo que me rodea y lo que quiero conocer; tu mundo es divertido y me gustaría tener un poco de él, pero no quiero renunciar a mi mundo por otro que no me deja descubrir todo lo que los niños debemos descubrir.

Después de un rato de silencio, se despidieron. Oliver se fue a dormir y el niño volvió al otro lado del espejo.

A pesar de que Oliver no había entendido muy bien lo que le quiso decir su nuevo amigo, sabía que él tenía razón porque disfrutaba lo que tenía a su alrededor, su familia, todas las muestras de amor y la oportunidad que el estudiar le daba de conocer el mundo.

Cuando Oliver despertó nuevamente, no tenía claro si había sido un sueño o la aventura había sido real, así que corrió al espejo y saludó al niño del otro lado. Este ya no le contestó pero le sonrió muy feliz, y supo que aquel niño estaba tan feliz como lo estaba él, ahora tenía un amigo que lo podría escuchar cuando necesitara hablar con alguien que entendiera lo que sentía.

Era su otro yo, el que le enseñó a disfrutar todo lo que tenía, y aprendió que todo depende de cómo lo vemos, solo necesitamos un momento para conocer el asombroso mundo que nos enseña el espejo en el que nos reflejamos.

Oliver, de vez en vez, va al espejo. Ahora sonríe cada mañana, porque aquel chico y él aprendieron a ser felices, agradecidos y sobre todo curiosos, deseosos de aprender, ahora tiene la seguridad de que ser feliz es muy sencillo. Sonreír al espejo es lo mejor.

El libro de las historias maravillosas

Autor: Josué Arias Gamboa
Escuela: Complejo San Benedicto
Docente: Gabriela Romero Rodríguez
Director: Jorge Durán Araya
Dirección regional: San José Central

- ¡Hola amigas y amigos! Les voy a hablar del libro de las historias maravillosas.

- ¡Oye, Carlos! ¿Por qué lo vas a contar tú?

- Catalina, tú siempre cuentas la historia y este público me gusta mucho.

- Bueno, empieza tú.

- Érase una vez...

- ¡Carlos!

- Y ahora, ¿qué?

- Todos los cuentos empiezan así, este es especial...

- ¡Bueno!... En un pueblito muy lejano vivía una niña llamada Julia. A ella le gustaba muchísimo leer y todos los días, después de la escuela, se sentaba con alguno de sus cientos y cientos de libros.

Un día, Julia se fue de vacaciones a una cabaña familiar y al entrar notó un viejo mueble con un solo cajón. Como era muy curiosa, lo abrió y dentro encontró “El libro de las historias maravillosas”.

Con algo de temor, pero llena de una gran ilusión, lo tomó en sus manos y se fue a un cuarto. Lo abrió con cuidado, porque parecía antiguo, y le llamó la atención que en la contraportada decía “La aventura de Carlos y Catalina en el lejano oeste”. Entonces, comenzó a leer la historia de los dos vaqueros más valientes del oeste.

Cuando terminó se quedó dormida, exhausta de lo que había vivido en aquel mundo sorprendente.

-Carlos, ¡qué emocionante!... bueno, ¡sigue contando!

Al día siguiente, Julia volvió a abrir el libro, pero la contraportada ya no decía lo mismo. Ahora decía “Catalina, Carlos y la nube mágica”.

Julia, al no saber qué pasaba, solo se puso a leer y encontró una nueva historia llena de emociones y magia. Nunca antes había leído algo parecido.

Al otro día, llena de curiosidad, Julia quiso saber más del maravilloso libro y lo volvió a abrir. Una vez más había cambiado el título y la historia. En ese momento se dio cuenta de que el libro no era como el resto de sus libros... era mágico.

Ella no lo podía creer, nunca antes le había pasado por la mente que algo así podría ocurrir. Había leído muchísimos libros, pero nunca uno mágico. “¿Estaré soñando?”, se preguntó. “¡Auch!”, dijo luego de pellizcarse. “¡No es un sueño, es real! ¡Debo llevarme este libro para enseñárselo a todos!”

Cuando Julia volvió de las vacaciones, les contó a sus compañeros del libro maravilloso que había encontrado, pero no le creyeron. Ella les prometió que lo llevaría para que lo vieran con sus propios ojos.

Pero, mientras Julia estaba en la escuela, un terrible accidente ocurrió: se incendió su casa. En cuanto Julia se enteró, corrió a buscar el libro.

Cuando llegó, todo estaba en cenizas y caminó entre los restos, desconsolada, pensando que todo estaba perdido. De pronto vio algo entre los escombros, ¡era su libro, que estaba intacto! Julia no lo podía creer, pero entre lágrimas se dio cuenta de que algo protegió su libro.

Con inmensa ilusión lo tomó entre sus manos, lo abrazó con fuerza y se lo llevó. “¡Es un milagro!”, pensó en sus adentros.

-¡Ay Carlos, siempre me emociona esta parte!

Por la situación del incendio, Julia y su familia se tuvieron que ir a vivir a la casa de la abuelita, en otro pueblo. Julia tuvo que cambiar de escuela y ya no pudo compartir con sus amigos las historias del libro.

A pesar de todo, Julia no se desanimó, siguió adelante jugando, estudiando y leyendo las maravillosas historias que encontraba en su libro cada día. Aventuras en el espacio, expediciones por las montañas, travesías marinas...

Una noche, Julia estaba riendo a carcajadas mientras leía y a su abuelita le llamó la atención el libro que tenía. “¡Julia! ¿Me dejas ver ese libro?”, le dijo.

Entonces la abuelita tomó el libro en sus manos, lo abrazó con fuerza y le dijo suspirando y recordando profundamente: “¡Cuando yo tenía tu edad, mis padres me obsequiaron este libro!”

Julia se sorprendió mucho, y más cuando la abuelita le dijo en una voz muy bajita: “¡Catalina y Carlos son niños reales!”

Muy asombrada, Julia comprendió que fuimos nosotros quienes protegimos su libro del incendio. Lo hicimos con nuestra magia y el poder de su imaginación.

Ahora, mis amigas y amigos, recuerden: podrían encontrar un libro mágico en cualquier cajón de su casa, es cuestión de buscar y dejar volar su imaginación con cada cuento.

-¡Esta sí que es una historia, Carlos!

-¡Gracias Catalina, por dejarme contarla esta vez!

Los abrazos perdidos

Autor: Alonso Gabriel Cedeño Arias
Escuela: Nueva Esperanza
Dirección regional: Heredia

Los abrazos son la forma más increíble de expresar nuestro cariño a los que más queremos, pero ¿te imaginas perder de la noche a la mañana este privilegio? Bueno, pues esto pasó por ahí del año 2020, cuando el distanciamiento social se convirtió en norma, afectando incluso un paraíso natural como Costa Rica, país en donde vivía Miguel, un pequeño que encontraba su fuerza y su energía diaria en los abrazos.

El 5 de marzo de ese año todo andaba muy bien, era un día normal para Miguel. Se encontraba viendo su programa favorito, cuando de pronto llegó su mamá y le dijo que pusiera las noticias, de inmediato él obedeció y se enteró de que el Covid-19 había llegado a su país.

Desde ese momento todo cambió, las sonrisas se ocultaban tras las mascarillas, las reuniones familiares eran a través de la computadora, los besos quedaron en modo de espera y los abrazos se perdieron. Todo esto se volvió rutinario; sin embargo, a Miguel no le hacía mucha gracia no poder abrazar a sus seres queridos, ya que esto hacía sentir su vida un tanto vacía, por lo que decidió acudir a su abuelo y lo llamó para expresarle su pesar.

El abuelo se preocupó mucho al escuchar a su nieto tan triste, por lo que trató de hacerlo sentir mejor y le sugirió que, mientras todo volvía a la normalidad, debía tratar de encontrar un árbol y abrazarlo, que eso lo iba llenar de tranquilidad y energía.

Lo que Miguel no sabía es que hay estudios que dicen que abrazar a un árbol es una terapia natural que ayuda a sanar las heridas emocionales, y era lo que él necesitaba en ese momento. Se fue a dormir meditando lo que su abuelo le había dicho, por lo que al día siguiente, apenas se levantó, salió y se fue a buscar un árbol, pero no cualquiera: tenía que ser un pino, de esos que cuando hay una brisa leve se escucha como si cantaran, esos eran los que a él le gustaban.

Caminó unos metros y ahí, en un bosque cerca de su casa, lo encontró. Se acercó cauteloso de que nadie lo observara y lo abrazó, pero... algo mágico sucedió.

De aquel inmenso árbol empezaron a salir luces de colores. Miguel se asustó, por lo que se aferró más fuerte del pino. De inmediato se dio cuenta de que esas luces eran mágicas. Sin darse cuenta de qué era lo que estaba ocurriendo, el árbol lo transportó a un lugar fantástico. Era un lugar lleno de luz, había flores de todo tipo, unas mariposas hermosas y lo más increíble era que estaba habitado por duendes, a los que se les notaba una gran felicidad, esto le dio tranquilidad a Miguel y esa era una sensación que no había sentido en los últimos días.

Trató de mantenerse oculto para observarlos, sin embargo, un duende lo vio. Este de inmediato le preguntó quién era, a lo que el niño le respondió que se llamaba Miguel y que había llegado ahí tras abrazar un árbol. El duende por fin comprendió lo que había sucedido y le dijo al niño:

-Si el árbol mágico te trajo hasta aquí, es porque tal vez necesitas aprender algo y lo más seguro es que nosotros te podemos ayudar. Debemos descubrir juntos de qué se trata.

El niño entonces le contó sobre la pandemia que estaba afectando al mundo donde él vivía, además que debido a ella las personas ya no se daban abrazos y que esto estaba provocando un gran vacío y mucha tristeza en todas las personas, a lo que su nuevo amigo le dijo:

-Nosotros no podemos hacer que desaparezca el COVID-19, pero sí podemos enseñarte cómo llenar ese vacío en tu corazón. Si nos observas con mucho cuidado, nosotros tampoco podemos abrazarnos, pero nos demostramos mucho amor-, dijo el duende.

Y era verdad, Miguel observó detenidamente a su amigo y se dio cuenta de que sus brazos eran demasiado cortos como para abrazar. Estaba realmente confundido, ¿cómo hacían para demostrarse afecto? ¿cómo se daban ánimo? Al ver que el niño tenía tantas preguntas, el duende decidió llevarlo con sus amigos para que aprendiera la forma en la que ellos hacían las cosas.

Al llegar al pueblo, el duendecito llevó a Miguel a diferentes sitios, donde el niño pudo ir observando lo amables que eran unos con otros. Se dio cuenta de que los más jóvenes escuchaban con atención las historias de los mayores y les dedicaban tiempo; las mamás les hablaban con amor y ternura a sus hijos, los más pequeños jugaban unos con otros y se trataban con respeto.

Miguel al fin lo comprendió todo. En ese momento, como por arte de magia, el niño apareció de nuevo en el bosque, acompañado del canto del pino. Su corazón era feliz de nuevo.

Descubrió que, aunque de momento los abrazos están perdidos, si le dedicamos tiempo a las personas que amamos, si las llamamos a diario, si las tratamos con respeto y cariño, nuestro corazón jamás se sentirá vacío y seguiremos demostrando nuestro amor hasta que nos podamos volver abrazar.

Sara, la oruga

Autor: José Damián Camacho Rodríguez
Escuela: La Rita
Docente: Kimberly Myrie Vargas
Directora: Carmen Meneses Herrera
Biliotecóloga: Rosario del Milagro García Piedra
Dirección regional: Guápiles

Un hermoso bosque fue el hogar de Sara, una oruga muy insegura y con baja autoestima. Cuando ella se miraba al espejo, solo veía defectos; le molestaba ser tan pequeña, blanda y frágil. Pasaba su tiempo admirando las cualidades de otros animales y parecía ser envidiosa, pero más bien deseaba ser más interesante y tener una apariencia más fuerte ante los demás.

Una noche escuchó a sus padres hablar sobre la fuente de los deseos. Según ellos, no había nada que la fuente no pudiera cumplir. Sara se emocionó y decidió pedirles más información.

Sus padres le comentaron que la fuente quedaba muy lejos y que, para ellos, era imposible llegar, debido a que la ruta estaba rodeada de lugares peligrosos. Sin importarle la advertencia, Sara consideró que esa era su oportunidad para ser diferente y se propuso llegar hasta allá.

Al día siguiente preparó un plan para iniciar su gran aventura. Colocó en su mochila las provisiones que iba a necesitar y se puso en marcha.

Al rato de andar se encontró a su amigo el abejón, Dani, quien quedó impresionado con los planes de Sara y le preguntó: - ¿Cómo lograrás llegar hasta allá? ¡Eres muy pequeña y debes caminar entre animales y maleza! ¿Qué tanto deseas pedirle a esa fuente?

Sara le contestó que sólo deseaba que la convirtiera en un ser más interesante y que todos admiraran su belleza.

El abejón decidió acompañarla y le permitió que subiera a su espalda, para agilizar su camino. Sara estaba contenta de verse volando, podía observar todo desde arriba; sin embargo, pronto Dani se cansó y no pudo seguir. Sara agradeció el gesto y continuó su marcha.

Llegó a un paraje extraño, rodeado de arbustos espinosos, y no lograba idear un plan para cruzar esa barrera. Sintió que su aventura había terminado y la tristeza se apoderó de ella.

De pronto, de un hoyo en el suelo salió Rudo, el topo, quien, al escuchar los planes de Sara, le permitió pasar por su laberinto bajo la tierra para que pudiera cruzar sin problemas la maleza. Rudo le aconsejó que regresara a su casa, ya que por su tamaño le sería imposible llegar a su destino, pero Sara se molestó por aquel consejo y le aseguró que, pese a sus limitaciones, cumpliría su objetivo.

Siendo así, el topo le pidió a la liebre Lupe que la ayudara en su viaje. Lupe se colocó a Sara en una de sus orejas y dio enormes saltos por largas horas, esto le permitió avanzar más rápidamente hacia su destino. Cuando la liebre se cansó y ya no pudo más, Sara siguió sola su camino.

Al rato sintió hambre y sacó sus provisiones, pero las hojitas verdes con miel de manzana, que había empacado, ya se estaban marchitando. Aunque solo pudo comer un poco y se sentía débil, retomó su camino decidida a hacer cumplir sus deseos.

Más adelante se encontró con Nela, la comadreja, con quien compartió su plan. Nela le explicó que ya estaba cerca, pero que, al llegar, debería esperar a que un arcoíris de nueve colores se posara sobre la fuente, que el agua se tornara como fuego y que, al finalizar el ritual de las hadas, se le permitiría pedir tres deseos. Le advirtió que pensara bien lo que iba a pedir, porque al concederse el último deseo, el efecto sería eterno.

Con gran emoción, Sara avanzó. Al caer la tarde divisó un bello paisaje de aguas cristalinas y vio la fuente. Apresuró el paso, muy feliz de haber llegado hasta allí.

Esperó varias horas a que un arcoíris se posara sobre la fuente, pero eso no ocurrió. La oruga se llenó de tristeza y tuvo que pasar la noche bajo el manto estrellado.

Al día siguiente, un fuerte aguacero la sorprendió. Después de largas horas paró de llover y, de repente, se posó sobre la fuente un bello arcoíris, que impresionaba por sus brillosos colores.

La oruga se acercó a la fuente, el agua se iluminó y las hadas Arcolitas iniciaron su ritual, bailando en círculo sobre el agua; parecían libélulas de oro. Luego desaparecieron.

De pronto, una voz salió del interior del agua y le dijo: - Sara, ¿cuáles son tus deseos?

Ella le dijo que estaba cansada de ser una oruga y deseaba ser otro animal, menos simple.

- ¿Cuál animal deseas ser?-, le preguntó la fuente.

Sara le dijo que le gustaría ser una liebre, para llegar rápido a cualquier lugar y ser tan blanca como la nieve. En seguida pasó a ser una veloz liebre y salió feliz, a probar sus largas patas y a presumir su nuevo aspecto.

Al poco rato se dio cuenta de que ser una liebre no era tan grandioso, tenía que hacer muchos hoyos en la tierra, lo cual le impedía mantenerse blanca y limpia. Además, no le gustaba comer zanahorias.

Decepcionada, regresó a la fuente y pidió su segundo deseo: ser un pavorreal. Después de un rato como pavorreal, descubrió que al abrir su plumaje no tenía hermosos colores. Muy enojada, le reclamó a la fuente ese descuido, pero la fuente le indicó que solo cuando pensara y actuara como un pavorreal, los colores brotarían.

Por más que lo intentó, no logró que su plumaje tuviera colores. Esta vez, entendió lo que le estaba sucediendo. Después de meditar, y sintiéndose muy triste de ver que su esfuerzo no había tenido el éxito esperado, decidió que no pediría un tercer deseo.

Se acercó a la fuente, le agradeció la oportunidad y le explicó las razones de su viaje. Le contó que siempre se había sentido mal por su apariencia, que no quería seguir arrastrándose, que ser pequeña era una gran debilidad y que siempre había quien hiciera comentarios feos de ella, que la lastimaban.

Terminó diciéndole a la fuente que había aprendido algo muy valioso en su viaje: que aun siendo como era, logró llegar hasta allí y que, aun cambiando su apariencia, en su interior jamás dejó de ser una oruga.

Aunque Sara no logró convertirse en lo que deseaba, regresó a su casa orgullosa de su experiencia. Al llegar sintió tanto cansancio que cayó rendida en un profundo sueño.

Al cabo de unos días despertó encerrada en un capullo. Empezó a golpear la pared, hasta que logró hacer un huequito para salir. Cuando esto sucedió, pudo darse cuenta que ya no era una simple oruga, su aspecto había cambiado: tenía unas hermosas alas de nueve colores y lo más asombroso era que podía volar.

Todos los animales admiraron su belleza, estaba radiante como un arcoíris. Sara se sintió tan feliz, que derramó algunas lágrimas.

Ese día entendió su naturaleza y lo importante que era aceptarse con sus fortalezas y debilidades. Aprendió que todos los seres, sin importar su tamaño, forma o color, tienen una esencia que los hace únicos y valiosos. Desde aquel momento, Sara, ahora mariposa, vuela incansablemente y ayuda a otros a encontrar y a valorar su esencia.

El Recreo

Autor: Eithan Sibaja Montero
Escuela: José Miguel Zumbado Soto
Docente: María Lizeth Murillo Castro
Directora: Ana Catalina Herrera Murillo
Bibliotecólogo: Dilan Francisco Angulo Vargas
Dirección regional: Alajuela

- ¡Al fin ha llegado el día!-, exclamó el pequeño Santi, dirigiéndose presuroso al auto con sus padres.

Tres horas de viaje les llevaban por caminos de majestuosa naturaleza, que dirigían a Santi a un pueblo un poco escondido, pero abierto de maravillas por apreciar. Un río en el camino detuvo al padre de Santi para que su pequeño pudiese mojar los pies. El bello Río Celeste con su bello color, como bien dice su nombre, llenaba de admiración las pupilas de Santi.

-¡A continuar el viaje, que se nos hace tarde!-, dijo el padre.

Unos instantes de disfrute en el agua hicieron olvidar a Santi la razón de tan ansiado viaje. Ya conocía bien esos caminos.

- ¡Hemos llegado a Upala, vi el árbol de achiote donde me has dicho que sale la “mona”!-, le dijo Santi a su padre, que le contaba estas leyendas a su hijo.

Cruzando un puente de madera, se adentraban al pueblo llamado “El Recreo”. Allá estaba Gertrudis, quién amablemente les recibió con un saludo desde su pulpería.

- ¡Mira Santi, quién está allá!- dijo la madre, señalando una casita que se visualizaba a lo lejos, por sus peculiares colores, rodeada de un río.

Se ha detenido el auto y Santi ha corrido en seguida a abrazar a sus tiernos y amorosos abuelos, quienes esperaban su visita. Se le han llenado los ojos de lágrimas al abuelo al ver a su pequeño Santi ahora más grande.

-Llegaste a tiempo -dijo el abuelo-, los vecinos del pueblo están por llegar.

Se celebra en aquel pueblito el día de la Santa Patrona, María Auxiliadora. Los habitantes cocinaban sus mejores platillos, como tamal asado, de maicena, de elote y el tradicional pan casero.

- ¡Al abuelo se le ha ocurrido una maravillosa idea!-, dijo la abuela, mientras le mostraba a Santi un hermoso horno hecho de barro.

Acercándose el abuelo, mirando su obra de arte, le dijo a Santi: -He creado este horno para que todos los del pueblo vengan a hornear sus platillos y, de esta manera, ahorrar la energía eléctrica de sus casas.

- ¡Me encanta, abuelito, todos se verán beneficiados con tu idea de ahorro!-, dijo el niño.

- ¡Y habrá pan para todos! Espero que traigas mucha hambre-, dijo el abuelo entre risas.

Bien sabía este hombre longevo que este horno era algo más que un horno común, ya que él guardaba un mágico secreto. El abuelo durante toda su vida tuvo una fuerte unión con la naturaleza y esta le otorgó dones mágicos: al hacer uso de algún recurso natural para sus creaciones, estas plasmarían todo aquello que el corazón de su creador anhelara.

Cuando el abuelo le contó el secreto a Santi, los ojos del niño se llenaron de admiración y su corazón palpitaba de emoción.

- ¡Abuelito, entonces eres alguien especial, como un mago!-, le dijo.

A lo que el abuelo respondió: - Podría decirse que soy un viejo mago, que doy mágicos regalos con las creaciones hechas con mis manos.

Mientras le decía esto a Santi, le mostraba cómo todo lo que le conectaba con la naturaleza se manifestaba en ese momento.

-¡Ven Santi! -le dijo, llevándolo cerca de los árboles que rodeaban el río-. Mira como el cedro, con sus enormes ramas, se mueve al acercarnos. Santi también pudo escuchar el canto alegre del hermoso río y así comprendió la magia de aquel hombre.

Acercándose nuevamente al horno, el abuelo le pedía a cada persona que se acercara a hornear y que deseara con todas las mejores intenciones de su corazón aquello que necesitaba. Los del pueblo empezaron a llegar con sus lindas bandejas de barro y, de regreso a sus humildes casas, encontraron lo que sus vidas ansiaban: salud, prosperidad, felicidad, amor, alimento en sus mesas...

Así el pequeño Santi comprendió que lo que hacemos con amor, tendrá resultados mágicos en las vidas de otros. Desde ese entonces, el pueblito “El Recreo” le dio honor a su nombre, un lugar con habitantes felices y agradecidos por todo lo recibido en aquel mágico día.

Jurado

• Gilberto Alfaro •

• José Antillón •

• Raquel Cantero •

• Doriam Díaz •

• Ana María Hernández •

• Floria Jiménez •

• María de los Angeles Jiménez •

• Yanancy Noguera •

Créditos

Producción Editorial:
Asociación Libros para Todos

Ilustraciones:
Dominick Proestakis de Monstruo Creativo

Retoque:
Producción Fotográfica

Edición:
Equipo ADA

Impresión:
GN Impresos 2021

Quedan reservados todos lo derechos sobre la presente edición.
Se prohíbe su reproducción sin el permiso previo y por escrito de
Asociación Libros para Todos y la Asociación Amigos del Aprendizaje (ADA).

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